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'La prueba', la segunda novela de la trilogía 'Claus y Lucas'

Agota Kristof se centra en el dolor y las consecuencias de la guerra en la segunda entrega de su famoso tríptico

'La prueba', la segunda novela de la trilogía 'Claus y Lucas'

'La prueba', la segunda novela de la trilogía 'Claus y Lucas'

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Agota Kristof nació en 1935 en Csikvánd, Hungría y murió en Neuchâtel, Suiza, en 2011. Abandonó Hungría por motivos políticos en 1956 para instalarse en Suiza. Aprendió francés, lengua en la que escribió en 1986 su primera novela, 'El gran cuaderno', primera pieza de la trilogía protagonizada por los hermanos Claus y Lucas, a la que seguirían 'La prueba' y 'La tercera mentira', que ganó el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller y el Friedrich Schiller en Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea. Ha escrito además otras obras de teatro y de narrativa, entre las que destacan la novela 'Ayer' y el relato autobiográfico 'La analfabeta'.

'La prueba' es una más dura que 'El gran cuaderno', tal vez porque pone en juego emociones distintas, más reconocibles. Es una novela en la que el dolor y las consecuencias de la guerra marcan a todos hasta destruirlos y, sin embargo, es una novela de una belleza extraordinaria. Como señala José Carlos Rodrigo Breto, 'La prueba' es una gran novela, un libro autónomo con personajes comunes al libro anterior. Se publicó dos años después de que saliera 'El Gran cuaderno'. Los hermanos ya no están juntos. Claus y Lucas pierden así la mitad de su identidad. El primer gran cambio en esta parte es el narrador: pasamos de un narrador doble a un narrador externo. Ese lenguaje preciso, directo e hiriente por su aparente naturalidad se va yendo y deja traslucir momentos de reflexión, de angustia, de soledad a través de palabras y hechos, mientras que en la primera parte era sólo a través de hechos.

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Indica Grizel Delgado que en esta segunda parte, 'La prueba', Lucas se queda solo, y trata de descubrir si es posible subsistir sin él. Lucas se nos vuelve un personaje que tiene muchas caras: una cara muy infantil, una cara que intenta cubrir sus debilidades, una cara pragmática, una cara nostálgica. Podría parecer que después de acabar la guerra uno podría retomar la vida y seguir, pero todo está repleto de vidas rotas e historias tristes. Las personas que sobreviven a la guerra se siguen desmoronando, otros consiguen mantenerse a flote, pero las consecuencias de la guerra están tan presentes que casi es como si no hubiera cambiado nada para los que la vivieron en carne propia.

Señala José Ovejero que Agota Kristof escribió que el estilo de la trilogía se debía a que estaba escribiendo en un idioma extranjero; tras huir de Hungría por razones políticas, atravesando la frontera junto con su marido y su hijo pequeño, se instaló en Suiza y tuvo que aprender francés. Y escribe en lo que puede parecer un francés tosco, pero cuya dureza acaba convirtiéndolo en un lenguaje hipnótico, que no te permite distracción ni consuelo alguno. El lenguaje también puede ser cruel. Hay autores que son crueles no porque nos entreguen historias llenas de violencia, sino porque confrontan al espectador consigo mismo, le obligan a poner en tela de juicio su manera de mirar, hacen tambalearse las certezas con las que se protege de lo imprevisible de la vida.

Escribe Cristian Vázquez en Letras Libres que Agota Kristof, ante la pregunta hecha por un periodista de El País, de si el estilo de sus textos —tan descarnados, directos y crudos— lo tenía ya cuando empezó a escribir sus primeros poemas en húngaro, o si era fruto de haber comenzado a escribir en un idioma que no era su lengua materna, la escritora respondió: "En húngaro era muy poética. Demasiado. Por eso no me gustan aquellos poemas. Creo que si hubiera seguido escribiendo en húngaro habría ido quitando y quitando, diciendo solo lo estrictamente necesario. Seguramente mi forma de escribir viene del teatro. Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa. ¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura".

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