Benito Zambrano: "Los pobres nunca viajan por capricho"

Madrid

Al final de la última cinta de Benito Zambrano (Lebrija 1965), El Salto, se advierten un par de cifras: en casi la última década 27.000 inmigrantes han perdido la vida tratando de cruzar el Mediterráneo, mientras se calcula que hasta 2.050 se necesitarán cerca de sesenta millones de inmigrantes para rejuvenecer la población de Europa. De ese contrasentido inapelable, que amontona estadísticas en despachos oficiales, el realizador de Solas o La voz dormida trata de borrar los datos para centrarse, "Es la película más necesaria que he hecho". En los rostros, en las dramáticas historias de personas invisibles que que se juegan la vida para tratar de labrarse un mundo posible.

"Cuando una persona lo deja todo: su casa, su país, su cultura, sus hijos es porque no tiene otra opción. Los pobres nunca viajan por capricho, por capricho siempre viajan los ricos", comenta Zambrano, quien haciendo introspección de cómo ha llegado a esta película asegura que "rodarla me ayudó a entender a conocer sus dolores, a trabajar sus vidas, a mirar documentales e investigar. Y te das cuenta que hay un montón de factores que les obligan a a marcharse de sus lugares de procedencia. Yo he conocido a chicos que han huido de Mali porque no quieren ser captados por la yihad y ya no te cuento en el caso de ellas, mujeres empobrecidas, maltratadas que han sido vendidas o mutiladas".

Una experiencia de la que emerge una reflexión: "Cualquier ciudadano tiene derecho a mejorar su vida. Es hasta un principio capitalista. Eso que se valora tanto en Estados Unidos, la idea de no conformarte, de premiar la iniciativa, el atrevimiento y el riesgo... Algo que no es distinto a lo que hacíamos nosotros en los años 50, 60 o 70 cuando éramos los negros de Europa".

El Salto podría haber sido un documental o convertirse en un informe pero Zambrano tuvo muy clara una cosa: "La ficción tiene el poder de llegar al estómago de la gente... Como ocurre con la música o el arte, la ficción cuenta lo mismo que un dossier o una noticia o un documental, pero de otra manera". Por eso, precisa el director de El Salto, "yo le diría a la gente que no está convencida que vea la película, aunque sólo sea para ensanchar su mirada".

Una mirada por un viaje "que va de la humanización a la deshumanización. Es gente que cuando llega no está tomando cañas todo el día, es gente que trabaja, muchos sin papeles, un trabajo del que en muchos sectores además se están aprovechando". Y gente, que como nos recuerda Zambrano, tiene orgullo y que como se muestra en varias ocasiones en la película "no quiere regresar a su país con la sensación de volver con las manos vacías. Para todos ellos y ellas es vergonzoso volver"

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Punto y aparte es el caso de ellas. "Son -afirma convencido Benito Zambrano- las primeras víctimas en cualquier lugar donde hay pobreza o una guerra. sin duda se trata de los seres peor tratados dentro del colectivo de la inmigración". y ella y ellos aparecen interpretados por actores y actrices en un casting muy exigente, porque en España no hay tantos intérpretes africanos, que además, como se requería, hablasen francés. Hubo actores profesionales y otros que no lo eran, personas que también hicieron el viaje en patera o saltando la valla, además de dedicarse a la interpretación. "Todos —dice Zambrano orgulloso— fueron muy conscientes de la importancia de esta película y de la exigencia de rodarla porque había que contar la verdad".