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Eva Baltasar: "El sistema nos aísla, fabrica solitarios sin red y así es imposible luchar contra las injusticias"

La escritora, finalista al Booker Prize, nos presenta 'Ocaso y fascinación'. Una novela sobre una joven con carrera universitaria, pero que acaba limpiando casas y durmiendo en la calle

Eva Baltasar: "El sistema nos aísla, fabrica solitarios sin red y así es imposible luchar contra las injusticias"

Eva Baltasar: "El sistema nos aísla, fabrica solitarios sin red y así es imposible luchar contra las injusticias"

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Eva Baltasar (Barcelona, 45 años) es escritora y poeta. Hace justo un año hablábamos con ella de Boulder, finalista del International Booker Prize, que formaba parte de una trilogía sobre la maternidad. Ahora abrimos nueva página y matamos la maternidad con Ocaso y fascinación, su nueva novela con Random House. Es la historia de una chica que tiene 27 años y está acabada. Es una mujer de la limpieza con mala pinta, que trabaja bien y que no cobra tanto como las demás. Su trabajo consiste en eliminar la porquería, en restaurar los escenarios que el trasiego de la vida se empeñaba en soterrar.

Dice Baltasar que es el personaje que más se parece a ella de todas las mujeres solas que han protagonizado sus anteriores trabajos. La escritora también trabajó de mujer de la limpieza mientras estudiaba y pasó dos noches a la intemperie, en la calle, nada más llegar a Berlín a cursar un Erasmus. "Viví esas dos noches con mucho frío, con mucho miedo, con mucha tensión. Y descubrí algo que descubre también la protagonista de Ocaso y fascinación y es que de noche, en la calle, la seguridad está emparentada con lo inorgánico, con la escultura. Una estatua, un coche que pasa, una farola. Pero cuando aparece un ser humano, que debería ser un hermano, ahí aparece el peligro, el miedo, la sensación de inseguridad. Y eso es algo muy triste, a mi modo de ver. Y también, pues muy, muy propio de nuestra época.

Cubierta de &#039;Ocaso y fascinación&#039;, de Eva Baltasar

Cubierta de 'Ocaso y fascinación', de Eva Baltasar / Random House

La protagonista ha estudiado una carrera, tiene un trabajo, pero está a punto de dormir en la calle. "Un título universitario no garantiza nada. Pero yo lo tenía, era indispensable", dice. ¿De qué sirve hoy tener una carrera? ¿De qué sirve haber universalizado la educación, que sea accesible para la mayoría, si cada vez nos exigen más? Un máster u otro título que cuesta una pasta, perpetuando de esta manera el privilegio.

Sí, pues puede y no puede servir. Si vamos 30 años atrás, parece que la distancia que separa el mundo de la seguridad relativa de la educación a la intemperie más absoluta, pues son toda una serie de escalones que se van bajando poquito a poquito. Depende de dónde partas, estás más arriba o más abajo. Pero nos encontramos en un momento en que el cristal que separa los dos mundos es muy fino y de hoy para mañana te puedes encontrar viviendo en la calle, teniendo un título universitario y hasta incluso teniendo un trabajo. Pasa que el sistema, el trabajo o los trabajos son tan precarios que puedes tener dinero para ir a comprar un poco de comida y sobrevivir, pero no para pagarte el alquiler de una triste habitación en una gran ciudad como puede ser Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad de la sociedad occidental.

Es el gran debate de estos días, el del acceso a la vivienda, los precios prohibitivos de la vivienda en Barcelona y tantas ciudades donde es imposible alquilar. Y una pregunta que nos surgía estos días es si esto se puede llamar terrorismo, como dice la nota de prensa que acompaña a Ocaso y fascinación, y por qué no hay más manifestaciones masivas como la de Canarias. Al final, como la protagonista, parecemos resignados.

No tengo ni idea, hay un tema, pero yo no soy experta ni mucho menos. Tengo la sospecha de que la ciudad es sanguinaria, como dice la protagonista, la sociedad es sanguinaria, fabrica solitarios y luego los obliga a convivir. Pero estamos muy aislados, nos sentimos muy aislados y esto ya viene dándose desde hace décadas. No hay red. La red al final es muy, muy exigua, pero hay muchísima gente que no tiene red, que no tiene amigos reales, no virtuales, que no tiene familia o la tiene en otro país, o está en situación muy precaria. Gente que está realmente sola. Y desde ese aislamiento es mucho más difícil tomar la conciencia de juntarse para luchar contra algo que es una injusticia... bueno, terrorista, si quieres.

¿Acabar limpiando casas es haber fracasado?

No, para mí en su momento fue un triunfo. Yo trabajaba de camarera, en una cadena de cafeterías, donde cobraba un sueldo... terrorista, ahora que lo dices. Unos horarios inacabables, mis jefes que me maltrataban y tenía que trabajar tratando con muchísima gente. Y es cierto que te encuentras con gente muy amable, pero también con gente muy desagradable. Y en ese momento pensé: es que aquí me estoy pudriendo, es que mi espíritu está sufriendo, tengo que hacer otra cosa y me lo tengo que mirar desde otro lugar. Y pensé bueno, ¿y tú qué sabes hacer con 20 años? Pues mira, la única cosa que sabía hacer bien era limpiar. Mi madre me enseñó cuando yo era muy jovencita. Y luego también me han dicho que los de signo Virgo son ordenados. Pues no sé. Será. Decidí poner cartelitos por mi barrio en Barcelona y me contrataron en muchas casas. En muchas abusaron de mí y en otras no, pero eso me permitió poder organizarme un horario, hacerlo compatible con mis estudios universitarios también y ganar en negro más dinero del que ganaba trabajando, muchas más horas, en una cafetería.

El dinero también atraviesa la novela. No pensar en el dinero me tranquiliza. Son mi casa. El abrigo y el alimento permiten conjeturas, consuelan el pensamiento. Hay una reflexión sobre cómo se puede vivir con lo básico, qué es el despilfarro. También que cuanto menos tienes, más te da igual gastarlo. Pero cuanto más acumulas, quizá más avaricioso nos volvemos. Estamos en manos del capital, ¿cómo determina el dinero nuestra identidad, quiénes somos o quiénes podemos llegar a ser?

Cuántas preguntas y qué difíciles de responder. Sí, la relación con el dinero es muy compleja y depende mucho de dónde te encuentras tú y del dinero del que dispones, ¿no? En el caso de la protagonista de Ocaso y fascinación, que cuenta el dinero cada noche en casa, se da cuenta al final que no es ella la que cuenta el dinero, sino que es el dinero quien le tiene los días contados a ella. Ese cambio es casi al final, cuando se ha dado cuenta de que ese sistema realmente ha llegado a su ocaso y con él ha llegado también el ocaso de una historia personal y eso obliga a girar la mirada hacia otra parte. En su caso es hacia la espiritualidad. Es desde un lugar muy delirante, muy poco sano, pero un lugar que está allá, lejos de ese paradigma capitalista tecnocrático que está abusando de nosotros y que nos está llevando a la extinción.

"Una casa llena de alquilados es un continente, con sus idiomas y sus miserias, expuesta a las migraciones. Una casa no te acoge, te contiene", leo. ¿Compartir piso con personas de diferentes procedencias, de diferentes culturas, puede ser tan enriquecedor como la literatura? ¿Es una experiencia por la que deberíamos pasar?

No tiene por qué. Yo he compartido piso con muchísima gente y. Y es cierto que a veces surgen historias maravillosas y conoces a gente que no hubieras conocido de otro modo. Y es maravilloso, pero no deja de ser antinatural que te juntes por pura necesidad con gente que no conoces de nada y que a veces pasas meses conviviendo con ellos. Igual no tienes nada que hablar con ellos. Y es así, tiene una parte romántica si quieres, de continente, pero tiene una parte muy cruel, porque estamos preparados para compartir con familia, con allegados y no con desconocidos.

Quizás antes de los 27 años que tiene la protagonista.

Sí, hay un momento en que ella reflexiona en qué momento dejé de compartir piso con mis amigas para pasar a compartirlo con desconocidos. Luego va más allá y se pregunta en qué momento esa habitación que compartía en un piso con gente desconocida dejó de tener ventana. Se va precarizando la situación y depende a veces de malas decisiones, es cierto, pero también es que todo te empuja hacia allí. Es muy difícil a veces sustraerse a esa fuerza.

La literatura es más enriquecedora que compartir piso, vale, pero ¿qué te fascina de vivir en casas ajenas, aunque sea por unas horas a la semana? Porque también hay bonitas reflexiones en la novela sobre nuestra relación con los objetos, sobre los objetos que poseemos, los objetos que nos poseen, la erótica de tocar los objetos ajenos.

A ver, yo nunca he vivido en casas ajenas. Yo iba a limpiar, hacía mi horario y ya está. Pero es cierto que la protagonista de Ocaso y fascinación teje una especie de engaño y consigue estar horas de su día viviendo en casas ajenas, muy acogedoras, muy cálidas. Y donde hay belleza. Yo veo esta mujer como una mujer muy civilizadora, que crea pequeños cosmos en las habitaciones, que consigue buscar y sacar el alma a los objetos. Rodearse de esa belleza en un mundo que, no deja de repetir, es un mundo que está enfermo y que realmente es muy feo, es muy deprimente.

Somos esclavos del dinero. Somos esclavos del trabajo. También de los móviles: "perder el móvil fue como perder el rumbo o el corazón", dice la protagonista. Frente a esta esclavitud, ella reflexiona sobre la libertad. "Aprendo que de donde vengo no hay nada y que la nada es deseable porque desocupa mucho sitio. La libertad podría inscribirse en un paraje como este. La inmensidad le sienta bien". ¿La libertad es al final una utopía, una quimera con la que solo podemos soñar a través de la literatura o del arte?

Yo creo que no, creo que todos somos y podemos ser libres. Es cuestión de ir explorando ese espacio de libertad. Y para hacerlo, creo que lo principal es haberse explorado a uno mismo. Y eso requiere de un espacio de soledad, no de aislamiento, sino de soledad, de autoconocimiento. Pero es algo que estamos perdiendo y es tan fácil como salir a la calle. Tú ves la gente que va con sus hijos, con críos, bebés de un año en el cochecito y llevan un móvil y están mirando el móvil niños con un año de vida. Están totalmente expuestos, si no saben estar con ellos mismos, no lo aprenderán nunca.

De la libertad a la esperanza. "La esperanza son metros, kilómetros de camino que aparecen por delante cuando lo único que se veía era un abismo. La esperanza se puede tocar, se puede pisar. Es tierra firme". ¿Dónde reside la esperanza de poder formar un proyecto propio, de poder desarrollar nuestra intimidad, como decías, de tener nuestra propia soledad? ¿Dónde encontrar la esperanza o el optimismo en esta novela?

Bueno, esta novela te ofrece la fascinación. Antes dije que desde un lugar muy delirante. Tal vez deberíamos ir hacia la fascinación desde un lugar un poco más sano, pero al final es girar la mirada hacia la espiritualidad, que no a la religión. A la espiritualidad, a aquello que hace que nos sintamos unidos unos con otros, que veas a alguien delante de ti y veas un hermano allí. Y todos nosotros unidos con el planeta, con esta Tierra que estamos destruyendo entre todos. Yo creo que la única esperanza es un cambio radical de paradigma, pasar del paradigma tecnocrático a otro, a otro que tenga en cuenta el todo.

Otro que puede acabar también convertido en un cuento de terror. Porque en la fascinación, la última y más breve parte de la novela, aparece María, una mujer embarazada por la que siente fascinación la narradora. Explícanos un poco más qué es esta especie de epifanía espiritual.

Para mí fue la forma de llevar a una novela toda una tradición mía. Yo cursé la primaria en un centro de curas y para mí fue fantástico. Entré y me encontraba en mi salsa, siempre digo que si hubieran sido monjas, yo ahora estaría en un monasterio, segurísimo. Me he formado con una tradición de fondo, la cristiana católica, pero podría ser la budista. Y con un imaginario, una iconografía, una simbología que a mí me ha vertebrado, me ha estructurado internamente y de la cual me alimento muchísimo a la hora de ver e interpretar el mundo. Ahí había la voluntad de mostrarlo en la novela. Y pensé que la fascinación es el lugar. Lo que pasa es que es un lugar enfermizo, ha terminado convirtiéndose en un cuento de terror.

No queremos hacer spoilers, pero te he leído en alguna entrevista que esta parte de la de la fascinación es también una forma de matar la maternidad del tríptico. No sé qué necesidad tenías. ¿De dónde surge este deseo de matar que tiene la protagonista, ese mal que presiente en sus fantasías, que le hace compañía, que le consuela?

El deseo destructivo es tan inherente a la condición humana. Está en todos. Y para mí escribir también es ir hacia el inconsciente y bucear en las partes más oscuras, más incómodas. Y para mí es bonito, cuando te encuentras con ese instinto de destruir, poder construir algo que sea bello, a través de la escritura, que es algo creativo. Sí, la fascinación para mí fue una forma de matar temas, llevo tres novelas hablando de maternidad, escribiendo sobre la materia y luego acompañando los libros y hablando muchísimo sobre maternidad. Encima yo ya soy madre hace 21 años y estoy harta de hablar de la maternidad. Pues con una frase me cargó la maternidad simbólicamente. Ha sido un ejercicio para mí, que yo comparto con ustedes. Y también es una forma de lanzar una flecha hacia esa casta. Lo dicen muchos autores y lo comparto, que vamos hacia una sociedad cada vez más medievalizada. Es decir, hay una pequeña casta que lo controla todo y luego una gran masa cada vez más homogénea y cada vez más empobrecida de gente que están ahí, pero que no controlan nada. Entonces, ¿cómo mandar una flecha para allí arriba? Pues mira, a través de la fascinación. ¿Cómo liberarte del recuerdo de alguien que no te deja? Pues a través de la fascinación. Es un método, puede ser un método.

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