Una ya no sabe con qué Borja Sémper quedarse

En mi cuaderno hay un epígrafe con un nombre y apellido: Borja Sémper. Pienso en la facilidad con la que uno puede llegar a decir: “Ahora bien, si estas manifestaciones, y yo tengo esa sensación, están destinadas para ir contra Israel y a favor de Hamás, pues yo no estoy en absoluto de acuerdo”. Y pienso en que, si eso fuera así, si no fuera una sensación del señor Borja Sémper, sino que el lema de las acampadas universitarias estuviera así de claro, tampoco estaría yo muy de acuerdo con ellas.

Pensaba también en lo difícil que es hablarle a una cámara y no saber la reacción ni la cara de quien te está preguntando. En lo incómodo que es depender de un auricular en la oreja. En lo peligroso que es opinar así, a base de sensaciones, con lo bonitas que son las precisiones. Por ejemplo, cuando aquella vez dijo en esta misma emisora que no se había leído la querella que presentó Manos Limpias en contra de Begoña Gómez. Suele pasar, no nos da la vida, tenemos mucha plancha por sacar adelante y, como decía Rajoy, “it is very difficult todo esto”. Qué papelón si encima eres portavoz del partido que ganó las pasadas elecciones generales.

Porque llegadas a este punto, una ya no sabe con qué Sémper quedarse. Con el que se marchó porque ya no podía más del ambiente político o con el que ha vuelto y hace como que este, en cambio, le parece sanísimo. Con el escritor y poeta amenazado por ETA, el que parecía que podía con todo porque hablaba entonces con todos. Un hombre moderno, una derecha en zapatillas de deporte, un tipo simpático, vacilón. Un buen tipo.

Probablemente sea todo eso. Aunque ahora estemos viendo a otra persona, o quizá es solo una de sus caras, porque todo es compatible. Vemos al hombre que dejó Donosti y llegó a Madrid tras la llamada de un hombre presuntamente moderado. Que posó con los pantalones y la camisa remangada a anunciarnos un verano azul que esa vez no llegó, un merengón hoy requetefeliz que cambió las New Balance por el traje y las gafas de ver en el Congreso, que dice las cosas que dice. Que dice lo de las acampadas universitarias como afirma que España "es un país de acogida", pero otra cosa es que su partido mire hacia otro lado cuando hay gente que viene a este país y, ya sabemos, que los que vienen a este país acaban en la delincuencia. Ya puestos, que tampoco mire para otro lado cuando los que acaban en la delincuencia los tienes en tu propia casa. Y no son precisamente okupas.

Un hombre hecho a base de sensaciones y declaraciones, al que se le intuye incómodo en según qué momentos, pero que ha optado por tragarse los sapos. Al mal tiempo, dientes, dientes. Un hombre cómodo en exposiciones, librerías, hablando de Sorkin y Sabina, Woody Allen y Bellingham. Ahí relaja el trapecio y las escápulas, se mete las manos en los bolsillos, está como pez en el agua. Qué bien se está como vicesecretario de Cultura del PP. Qué mal se pasa como portavoz del PP y de cualquier otro partido. O es mi sensación.

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Decía ayer su último mensaje en X: “Corazón tan blanco. Hala Madrid”. Y le viene como anillo al dedo ese título de Javier Marías porque tiene uno de los mejores arranques de la literatura. Ese de no he querido saber, pero he sabido. A algunas, nos ha pasado eso mismo con él.