La ciudad de los rascacielos de 400 años de antigüedad
Shibam se sitúa en Yemen y desde 1982 es Patrimonio Mundial de la UNESCO
La ciudad de los rascacielos de 400 años
Hoy viajamos al desierto, a una ciudad llena de rascacielos. Pero no es el primer lugar que nos vendría a la cabeza, como Dubái. Porque los rascacielos de Dubái son modernos, de acero y vidrio, y los de esta ciudad se construyeron hace más de 400 años con adobe y cal. Y, por cierto, en cada uno de esos rascacielos solo vive una familia. Esa ciudad es Shibam, en Yemen. Y para que lo de los rascacielos sean unifamiliares, hay que entender que son rascacielos muy especiales.
Shibam se levanta al oeste de la gobernación yemení de Hadramaut, antiguo sultanato que también abarcaba parte del actual Omán y que fue, en su momento, la región más importante del Golfo de Adén. Rodeada por el desierto de Ramlat al-Sab’atayn, los primeros pobladores de Shibam fueron antiguos beduinos que encontraron en los oasis de la zona un área donde abandonar los modos nómadas y establecerse de forma permanente.
La ciudad se construyó alrededor del año 400, más o menos. Y durante casi mil años, Shibam no fue ni ciudad ni tuvo rascacielos; fue similar a todas las aldeas del desierto: casas de una o dos alturas con planta cuadrada y cubierta plana colocadas de forma más o menos próxima a grandes plantaciones de regadío que se alimentaban por el oasis. También durante esos doce primeros siglos de existencia, la aldea se vio sometida a ataques regulares de beduinos que se aprovechaban de las cosechas que los habitantes de Shibam habían plantado y recogido gracias a sus sistemas de riego. Sin embargo, en el siglo XVI, una catástrofe trastocó la existencia de la ciudad. Y lo hizo para bien.
Alrededor del 1550, unas lluvias torrenciales provocaron una serie de violentas inundaciones que destruyeron casi completamente las antiguas casas de adobe. Como no era plan de abandonar unos oasis tan fructíferos, los supervivientes decidieron reconstruir el pueblo en lo alto de un promontorio cercano. Promontorio que, además, rodearon con una muralla para protegerse de los bandidos. Como el promontorio era —y es— relativamente pequeño, para que cupiesen todas las casas, los ciudadanos tuvieron que reducir la superficie que sus viviendas ocupaban en planta. Vista aérea. Vendría a ser un fenómeno análogo al encarecimiento del suelo que se produjo en el downtown de Chicago a finales del siglo XIX. Y su consecuencia también fue similar: los rascacielos.
Los edificios que se levantaron, y que son los que siguen existiendo y siguen estando habitados, son construcciones de hasta once plantas y más de 40 metros de alto. Eso sí, todo dentro de una traza cuadrada de unos 5 metros de lado, apenas 25-30 metros cuadrados como mucho.
Como son tan delgados son muy esbeltos, que es la auténtica característica que distingue una torre, que no es la altura sino la esbeltez. Y, efectivamente, cada una de esas torres con 7, 8, 9 y hasta once plantas es una única casa para una única familia. Eso, un rascacielos unifamiliar.
De los establos en la planta baja a los dormitorios arriba del todo
¿Cómo se organizan? Pues cada una de las torres arranca con los establos (actualmente garajes) en planta baja y culmina con los dormitorios en las últimas plantas. Entre ellas, una o dos plantas nobles, a menudo de doble altura o altura y media, que alivian la carga de los muros exteriores mediante esbeltos pilares de madera. Porque, obviamente, los rascacielos de Shibam no están construidos con estructura de acero, sino con barro cocido al sol. Por eso, el perfil de los muros portantes es trapezoidal, ensanchándose en la base y aligerándose según se sube en altura. Es una solución elegantísima que ha necesitado mantenimiento y reconstrucción, pero que también ha resistido el viento, las sequías, los ciclones, las riadas y los ataques a camello y en camioneta.
El adobe se repara cada año y también se encalan cada año. Y tras tanto tiempo, es probable que no haya ningún trozo de barro o cal idéntico al inicial, pero conceptualmente si son el mismo edificio. Además, en una manera de declarar su valía y fomentar su protección futura, en 1982, la UNESCO declaró la vieja ciudad amurallada de Shibam como Patrimonio Mundial. Quizás sea necesaria esa protección.
En la actualidad, en Shibam viven unas siete mil personas y, desde medios occidentales, se la denomina como «la Manhattan del desierto» o «la Chicago de arena», pero yo creo que esta comparación hace algo de menos a la ciudad yemení. Porque durante cuatrocientos años, las torres de Shibam se han levantado como vigías del desierto que protegen a sus habitantes y contemplan las arenas desde sus paredes de barro, sus cien cubiertas y sus mil ventanas. Pero, por desgracia, el viento y la erosión no son las únicas amenazas de estos formidables edificios. En 2015, un coche bomba detonado por insurgentes del Estado Islámico dañó varias de las torres, y la UNESCO cambió la calificación de Shibam a «Patrimonio en peligro». Y las torres de barro no pueden contra las bombas.
Sería una desgracia que una ciudad de casi quinientos años, construida con gólems centenarios hechos de barro pero firmes como el hormigón, desapareciese por culpa de que los seres humanos somos una especie esencialmente estúpida.
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