Tigray se recupera de la guerra más mortífera del siglo XXI
Manos Unidas ha comprobado las consecuencias de dos años de un conflicto brutal con miles de muertes, violaciones y torturas
Ninguna familia del Tigray ha escapado a la violencia de los dos años de conflicto en la región del norte de Etiopía. Antes de la guerra vivían allí unos siete millones de personas. Casi dos millones han sufrido desplazamientos internos. La brutalidad de la violencia a la que se ha enfrentado la población incluye asesinatos masivos, violaciones y torturas. Se trata de la guerra más mortífera del siglo XXI y, sin embargo, apenas mencionada en los medios de comunicación, como señala la responsable de proyectos de Manos Unidas en el este de África, Goril Meisingset.
Mujer, científica, africana
Las cifras oficiales que aporta Naciones Unidas indican que se produjeron 600.000 muertes en esos dos años. Sin embargo, los locales hablan de hasta un millón de muertes. Vidas perdidas no solo de manera directa por la guerra, sino también por el bloqueo total de la región durante el tiempo que duró el conflicto y que implicaba la falta de medicinas, agua, alimentos y electricidad.
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La guerra estalló en noviembre de 2020 y 24 meses después se terminó con un acuerdo de paz. “Las armas se han silenciado, pero eso no quiere decir que el conflicto no siga ahí”, advierte Meisingset. El conflicto armado se mantiene en algunas zonas del Tigray. Recién regresada de la zona, la trabajadora humanitaria explica las consecuencias de esa guerra que ha podido comprobar. El trauma en la población persiste. “Nos hemos encontrado con una población muy traumatizada. Todos han perdido algún ser querido, o han estado incluso luchando en la guerra. La gente ha tenido que huir de sus casas, escondiéndose en aldeas, en el campo, y ha habido muchísima violencia de género también, muchas mujeres y niñas violadas. Ha habido torturas… Ha sido una situación muy, muy cruel”.
Su largo proceso de recuperación de ese trauma acaba de comenzar y lo hace por los más jóvenes. Manos Unidas trabaja con sus socios locales para volver a poner en marcha el sistema educativo en la región, que llevaba tres años desmantelado por la pandemia y después la guerra. También incluyen actividades de superación del trauma para los alumnos y profesores. “Es un pueblo muy resiliente”, destaca Meisingset. “Han tenido el coronavirus y luego la guerra… es una zona que también tiene invasiones de langostas que se comen todas las cosechas, y además la sequía”, recuerda. Por el momento solo un 40% de los alumnos han vuelto a las escuelas. Siendo la comida uno de los grandes problemas de la zona, los proyectos humanitarios están incluyendo programas de distribución de una comida al final de la jornada escolar para incentivar que los padres envíen a sus hijos a la escuela.
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