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Cannes 2024 | 'Caught by the Tides', la historia de amor que recorre los cambios en la China reciente

El director Jia Zhangke vuelve al Festival de Cannes con una propuesta experimental que ha rodado durante más de 20 años para diseccionar la evolución al capitalismo del gigante asiático

Fotograma del Caught by the Tides, / CEDIDA

Fotograma del Caught by the Tides,

Cannes

Todo el cine de Jia Zhangke es un intento de comprender de la evolución de China en las últimas décadas, un país que pasó de la Revolución Cultural a una democracia dudosa y a un neocapitalismo que vio en el vasto continente mucho con lo que arrasar. Sus películas han abordado la corrupción los empresarios, el miedo y la explotación de los trabajadores, el aislamiento de la China rural, el desamor y la deshumanización que ha conllevado adoptar como modelo las normas estéticas y económicas de Occidente.

Su cine es contemporáneo y de batalla, pues trata de analizar los cambios al tiempo que se producen, como si tuviera urgencia de contarlo, pero con una meticulosa puesta en escena, marcada por un estilo directo y a veces abrupto. El director ha tenido una carrera complicada en su país, pues algunas de sus películas han sido censuradas por las autoridades chinas, mientras que triunfaba en los festivales internacionales, en Cannes ganó mejor guion y en Venecia el León de Oro con Naturaleza muerta. Creó una escuela de cine en Pelín y a pesar de las piedras en el zapato, ha sido capaz de lograr una carrera impoluta.

Fue con Un toque de violencia con la que consiguió estar en el palmarés de Cannes contándonos la indecisón de una mujer enamorada de dos hombres, un pequeño propietario de una gasolinera y un minero en 1999, un año antes del cambio de milenio. En el 2000 ambientó su siguiente filme, Más allá de las montañas, otra historia de amor rota por la marca de él a trabajar a otra provincia con más oportunidades y el viaje de ella para buscarlo. A través de ese recorrido, el director mostraba los cambios de la sociedad china. Esa misma historia es la que centra su nuevo trabajo, el más experimental de cuantos ha rodado hasta la fecha, que le ha vuelto a traer a la competición por la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

Caught by the Tides la ha rodado durante 20 años y se corresponde a la historia de amor de dos trabajadores. Él se va a otra región de China más rica y ella le busca. Exactamente igual, pero contado de otra manera, pues el director emula la hazaña de Richard Linklater en Boyhood y rueda la vida de estos personajes con los mismos actores a lo largo de los años, intercalando distintos formatos, y llega hasta la actualidad, 2022, con la pandemia todavía dando algún que otro coletazo. El rodaje comenzó en 2001 en Datong, en la provincia de Shanxi, al norte de China. Durante dos décadas, mientras filmaba el resto de sus películas, Jia Zhang-ke se empezó en documentar los cambios de su país, sin saber muy bien qué haría con esas imágenes. Fue con el confinamiento cuando pensó en cómo darles forma, a través de esa historia de amor para la que ha contado con sus actores habituales, Zhao Tao y Li Zhubin, lo que permite al cineasta revisitar su propia obra y jugar con las referencias a sus películas recientes, solo que aquí combina metraje filmado con equipos que van desde películas de 16 mm hasta 5D e incluso experimentos con IA.

El agotamiento de las minas de carbón, la construcción desaforada en cualquier remoto lugar, los cambios en la agricultura, el surgimiento de la mafia, el dinero. Es genial una de las escenas donde la cámara solo enfoca al dinero que pasa de mano en mano en uno de esos locales que lo son todo, casino, sala de fiestas, prostíbulo... También la penetración cultural de Estados Unidos: la música en inglés, la colonización de McDonald por cada ciudad y provincia china o Tik Tok. La sociedad del espectáculo ha sido uno de los temas tratados en su cinematografía y aparece de nuevo aquí. La primera parte del filme es una sucesión de actuaciones musicales, ya sea de carácter privado, como cuando unas mujeres trabajadores se ponen a cantar de manera espontánea ante la cámara del director, o las actuaciones musicales que el personaje de ficción se ve obligada a hacer de pueblo en pueblo, hasta llegar precisamente a los bailes en redes sociales para comercializarlos, en un brillante intento de equiparar a los músicos callejeros que pasan la gorra con los tiktokers e instagramer que hacen cualquier cosa delante de la cámara de su móvil Xiaomi para conseguir monetizar su exposición en las redes.

El director filma los medios de transporte, elemento clave de la migración interna en el país, del campo a la ciudad, que tiene una importancia capital en sus películas. El tren, que va modernizándose a lo largo de los años. El avión. La moto. Como en el resto de sus trabajos, aquí también se detiene en tomas largas y estáticas. Solía decir el realizador que son una forma de democratizar el cine, parafraseando a André Bazin. También hay primeros planos, los que muestran los rostros de hombres y mujeres anónimos, los mineros con la cara negra, los trabajadores, los hombres en el bar, las mujeres. Filma también las ruinas en las ciudades, las obras y los gigantes edificios recién construidos. Muestra las manifestaciones de esplendor de su país en uno de los grandes eventos recientes, los Juegos Olímpicos de 2008, que permitieron a China mostrar al mundo que no era ni pobre, ni peligrosa. Pero la película es también crítica con un país que reprime la homosexualidad, que controla a sus individuos y que permite la desaparición de una rica cultura. Impactante la imagen de un Palacio de la Cultura en ruinas. Aquí no suena el Go West de Pet Shop Boys, pero sí canciones rock, pop, y canciones tradicionales de la clase trabajadora. Finalmente está la pandemia del Covid. Supermercados, autobuses, test, robots, todo aparece ante la cámara de Jia Zhangke, en una especie de ansia por ser testigo de un mundo en transición.

 
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