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El PP pierde ganando y gana perdiendo

Ya es un patrón: Feijóo pierde ganando. O gana perdiendo. Ambas frases son ciertas, ninguna de las dos es buena para el PP, y tanto una como la otra le vale al PSOE

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo / picture alliance

Madrid

Ya es un patrón: Feijóo pierde ganando. O gana perdiendo. Ambas frases son ciertas, ninguna de las dos es buena para el PP, y tanto una como la otra le vale al PSOE. En las elecciones no siempre importa el quién o el qué, sino el cómo. El 3 de marzo de 1996 Aznar se impuso al PSOE finiquitando más de una década de felipismo. Ganó, sí, pero por sólo 290.000 votos. Fue una dulce derrota del PSOE. O una amarga victoria del PP. En cualquier caso, fue un triunfo pírrico porque las expectativas entre los conservadores eran máximas.

En el PP pueden agarrarse a que han ganado otra vez unas elecciones, que ha sacado dos escaños al PSOE y que han obtenido muy buenos resultados en Andalucía y Madrid (es decir, Moreno Bonilla y Ayuso). Nadie puede negarlo: los números son tozudos. Pero se trata de una victoria cuantitativa, no cualitativa. El único mérito de Feijóo —que no es poco—, es el de haber absorbido todo el voto de Ciudadanos, cuya lenta agonía ya roza el patetismo. Y poco más. El resultado es una derrota de las expectativas del PP y, más aún, una enmienda a la totalidad a su estrategia, si es que realmente quiere ser un partido de Gobierno.

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El contexto es fundamental a la hora de analizar esta pírrica victoria: el PP concurría a estas elecciones con toda la artillería: armas pesadas y mucha de fogueo, que hace mucho ruido pero no hiere. 15 días en los que no se ha hablado en absoluto de Europa, en los que han desaparecido los fondos europeos y no ha dejado de aflorar la amnistía, en los que se ha hablado sin parar de Begoña Gómez, en los que se ha escuchado más a Miguel Tellado que a la candidata popular, Dolors Montserrat. Una campaña, en fin, en la que hasta tres días antes de que terminase el PP ni siquiera había publicado su programa electoral. Porque esta campaña, estas elecciones, no iban de Europa, sino de Pedro Sánchez. Pero sobre todo han sido, de nuevo, unas elecciones en las que el PP ha combatido a la ultraderecha de Vox mimetizándose con ella, no poniendo pie en pared a unas propuestas que, de llevarse a cabo, derivarían en una Europa raquítica, deshumanizada y débil.

El PP se queda sin argumentos —si es que alguna vez lo había por los pactos que comportaría— para seguir reclamando una moción de censura y menos aún para seguir dudando de la legitimidad del Gobierno de Pedro Sánchez. Ir con todo y contra todos se antoja, visto lo visto, una estrategia errónea porque ni se cumplen los objetivos ni compensa en términos democráticos y sociales.

El grado de crispación actual tiene mucho que ver con esto y, sin duda, han contribuido a la que es la peor noticia de la noche: los tres escaños que saca Alvise Pérez, el agitador ultra que lidera la agrupación Se acabó la fiesta, que ha sido cuarta fuerza en ocho comunidades autónomas (Andalucía, Castilla La Mancha, Castilla y León, Aragón, La Rioja, Extremadura, Murcia y Baleares).

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Lejos de constituirse en casa común para la derecha, el PP ve cómo su espacio se fragmenta aún más, lo que le impedirá llegar a corto plazo a La Moncloa. ¿Van a seguir defendiendo en el PP que la mejor estrategia para combatir a la ultraderecha consiste en virar aún más a la derecha? Sería, es, un error formidable.

El PSOE no está herido, pero emite algunas señales preocupantes: su debilidad territorial es de una gravedad extrema. Que gran parte de la victoria del PP se nutra de los resultados en Madrid y Andalucía debería generar, cuando menos, inquietud y propiciar una pronta solución. La gran baza socialista sigue siendo Pedro Sánchez, que resiste una vez más. Dar salida a un gobierno en Cataluña liderado por Salvador Illa y aprobar los Presupuestos Generales del Estado son la clave de bóveda sobre la que se sostendrá el edificio de la gobernabilidad. Si uno de los dos se viene abajo, el edificio corre riesgo de colapso.

Preocupante es también la realidad a la izquierda del PSOE. Sumar nació como un Ferrari que no pasa de segunda y Podemos era un cadáver que hoy coge un mínimo hilo de oxígeno. Uno y otro deberían darse cuenta, tras los distintos resultados electorales, que los responsables de sus malos resultados no son sólo atribuibles a los demás, sino también a ellos mismos. Pensar siempre que son los demás los que se equivocan los ha traído en parte hasta aquí. Más preocupados por sus luchas internas que por tejer leyes progresistas, se avecinan de nuevo luchas internas… ya cansinas y predecibles.

En fin, es fácil vender la victoria del PP pero es imposible vender la derrota del PSOE.

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez es director de los Servicios Informativos de la Cadena SER y contenidos digitales....

 
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