A veces la vida compensa el esfuerzo y el riesgo. No siempre pasa. A veces se junta el talento y el atrevimiento y no es que un equipo haga vibrar a un país, sino que lo hace disfrutar. Y lo une. Y allá donde durante semanas y meses se habla de crispación y ruido se abre paso una alegría sincera y desprejuiciada. Eso ha sido esta Selección: la que ganó a cuatro campeones del mundo y nos tuvo a millones pendientes de la tele y de la radio para verles ganar a Inglaterra. Con un primer gol de Nico Williams. Marcó tras la asistencia de Lamine Yamal, el niño del campeonato. Hay un mensaje -para quien quiera verlo- en cada gesto de esta Selección diversa y sin complejos: que el primer gol naciera -tras pase de Carvajal- de la alianza entre Nico y Lamine, la pareja del campeonato. Lamine, que ha reivindicado el orgullo del 304 y su barrio al que algunos llamaron estercolero, es el favorito de los españoles, según la encuesta de ayer de 40dB que constata que el 80% de la ciudadanía considera que la diversidad hace mejor a esta Selección de juego colectivo y grupal. Como dijo aquí Eduardo Madina, esta selección que tanto se parece a España ha sido también una buena detectora de racistas. De tan felices que estaban, de tanta emoción contenida, muchos lloraban, como pudo contar el inalámbrico de Adrià Albets, metido en la celebración a pie de campo. Hay un mensaje en esas lágrimas. En el abrazo emocionado de Morata y Carvajal. Hay un mensaje en que el gol definitivo lo marcara un futbolista como Oyarzabal, llamado a ser secundario, asistido por Cucurella. Hay una idea en esta Selección, que ha contagiado la alegría en las calles de las ciudades y los pueblos de España, en cuyas plazas se celebra la victoria. Y quizá la principal idea sea la ilusión: que acaba una Eurocopa y empieza una época.