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Sociedad

La República de Weimar, aprender de cuando el nazismo ganó a la democracia

El periodo democrático entreguerras que vivió Alemania fue breve y rupturista, desapareciendo por los discursos de odio que ahora vuelven a invadir el debate político

Banderas Rojas | Aprender de cuando la democracia perdió contra el nazismo

Madrid

La Gran Guerra terminó con promesas y deudas. Promesas como las de evitar otra catástrofe de tales características y deudas como las que Alemania tuvo que hacer frente tras los Juicios de Núremberg.

Fueron ellos, los alemanes, los que cambiaron su forma de Estado, emergiendo la República de Weimar, una forma de gobierno de partidos con una constitución, la de 1919, que pretendía renovar la imagen de un país culpado y denostado por la guerra. Mientras se convertían en la vanguardia democrática de la época, subyacía un movimiento reaccionario y violento que poco a poco fue ganando adeptos hasta terminar en el genocidio nazi.

Prácticamente un siglo después, la República de Weimar vuelve a estar de moda y llena librerías con biografías e historias de la época. El contraste entre un intento de reforma social y una violencia política que invadió Berlín nos recuerda a muchas de las situaciones que Occidente vive ahora.

José María Faraldo, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y experto en Europa del Este y Europa Central, pasa por los micrófonos de A vivir para hablar de fragilidad democrática.

Democracias, una estabilidad que se construye

Weimar no debe ser analizada por lo que pasó después, el nazismo, si no por dónde venía. Tras tiempos de represivos y violentos, siempre aparecen creaciones, cambios y aperturas sociales. Pasó en España, tras el franquismo, con la movida, y antes en Alemania. La República de Weimar, por ejemplo, y pese a que legislativamente no avanzó en esta materia, vivió una normalización de derechos LGBTQ+. Culturamente rupturista, salieron referentes filosóficos como Heiddeger o nuevas formas de entender el arte con la Bauhaus o el brutalismo. Movimientos transgresores en los que, por debajo, pero cada vez más notorios, tenían su oposición en grupos de ciudadanos ultraconservadores que rechazaban la nueva posición en la que eso les dejaba.

En la actualidad, Faraldo piensa que se puede “estar intuyendo que esto pueda llegar”. El discurso de odio contra el colectivo LGBTQ+ ha aumentado y los delitos de odio relacionados con ellos también. En 2023, se produjo un aumento del 21% hacia este colectivo, con un total de 522 delitos. En ocho Comunidades Autónomas, la violencia por motivo de orientación o identidad sexual lidera las estadísticas.

Faraldo, que piensa que las democracias parlamentarias necesitan tiempo para ser estables y que las masas de ciudadanos confíen en el sistema, ve en la constitución de 1919 de Weimar unos límites bastante amplios. Uno de los fallos más comunes de las constituciones, donde el consenso deja indefiniciones que aprovechan los populismos para ejercer sus ideas autoritarias. Lo compara con Viktor Orbán, primer ministro húngaro: “Esta paradictadura que tenemos ahora mismo en Hungría fue posible porque había un fallo en la constitución. Permitía que se cambiara la constitución de una forma muy sencilla y con muy pocos votos. En cuanto alguien como Orbán llegó al poder, lo que hizo fue arreglarla a su manera. Algo así sucedió en Weimar.

La pérdida de la derecha moderada

La pérdida de la derecha tradicional y moderada es otro de los axiomas que desapareció en la República de Weimar. Los partidos conservadores terminaron siendo engullidos por el nacionalsocialismo que se apoderó del sentimiento de las masas que no concordaban con el sistema parlamentario en el que vivían.

La Europa actual ya observa la desaparición de la derecha moderada. Francia vivió unas elecciones anticipadas el pasado mes de mayo y junio tras el triunfo de la ultraderecha en las elecciones europeas. El país galo estableció un cordón sanitario al partido de Marine Le Pen, Agrupación Nacional, que terminó siendo la fuerza más votada pero tercera a nivel parlamentario, frenando su auge en las instituciones. Los Republicanos, el partido conservador tradicionalista, dejó de tener relevancia política e, incluso, llegaron a destituir a su presidente por tantear un pacto con los ultras.

Sobre si es incomparable Hitler con los líderes europeos actuales, Faraldo no lo tiene tan claro: “No hay nada como Hitler en 1940, pero sí que los hay como Hitler en 1935. No sé si deberíamos tener más cuidado del que tenemos a veces”. El racismo que exhibían los nazis terminó siendo una cuestión de Estado que buscaba la desaparición de grupos de seres humanos por motivos étnicos. Este racismo ha cambiado y ahora se busca ahuyentarlos de los países, ubicarlos lejos, pero no erradicarlos directamente.


—   "No hay nada como Hitler en 1940, pero sí que los hay como Hitler en 1935"

"Muchas de las ideas que tenemos vienen del nacionalsocialismo. El totalitarismo de Putin tiene sus raíces en los años 30", asegura Faraldo, que ve una repetición de discursos sonados. Donald Trump, que ha tildado de comunista a su opositora Kamala Harris en las elecciones norteamericanas de noviembre por querer sanidad pública universal, se opone de la misma manera que sucedió con el New Deal, con grandes cambios económicos para contrarrestar el crack de 1929.

El respeto hacia las instituciones y hacia las políticas sociales se ha ido desgastando progresivamente. El borrado del nazismo en Alemania no ha impedido que partidos como la AfD alcancen cuotas de votación nunca antes vistas en la Alemania democrática moderna. Europa suspira porque sus populismos no sigan avanzando, un crecimiento que todavía parece lejos de haber llegado a su punto más alto.