Si amanece nos vamos
Sociedad

¿Por qué nos gustan los protocolos y nos creemos los bulos?

Raquel Marín, neurocientífica, aborda cuestiones como 'la infantilización social', la asimilación de los bulos o por qué son tan importantes los protocolos para el ser humano

¿Por qué nos gustan los protocolos y nos creemos los bulos?

Los protocolos son un conjunto de normas sociales que fijan la conducta en público y que a lo largo de nuestra niñez y adolescencia nos van enseñando para lograr "unos buenos modales". Los protocolos pueden ser sociales, oficiales, costumbristas, internacionales... pero todos ellos se establecen como un dogma socialmente impuesto y que nosotros adquirimos de tal manera que hasta lo naturalizamos como no hablar alto en una sala de espera o no hablar por teléfono en el cine. Sin embargo, no están impuestos por lo que encontramos a personas "maleducadas" no es algo que nos sorprenda. Raquel Marín, neurocientífica sostiene que los protocolos funcionan tan bien en los seres humanos porque es como una "carta de presentación" que nos ayuda a integrarnos socialmente pero también nos ayuda a cuestiones que, a veces nos pueden resultar algo pesadas como la toma de decisiones personales a "no pensar" porque preferimos seguir la corriente, a ser aceptados socialmente y a empoderarnos de alguna forma frente a los demás.

Además, los protocolos sirven de apoyo para 'la sincronización de los cerebros en la distancia' que consiste en que los cerebros se sincronicen para elaborar una tarea juntos. Esta sincronización producirá un mayor aprendizaje y un mejor rendimiento en la producción de un objetivo. Esto nos ha ayudado mucho en la evolución como seres humanos porque hemos aprendido de forma colectiva. No obstante, los protocolos son una manera de simplificar las actuaciones colectivas y esta homogeneización se traslada en una sociedad que cada vez más se informa por encima y relega de sus obligaciones otros. Es lo conocido como "infantilización social", un término que evoca un rechazo por parte de los adultos a un pensamiento más profundo porque puede generar un compromiso a medio plazo. Algo que supone posteriormente un coste emocional porque trasladamos a otros el poder de tomar decisiones que como adultos nos corresponden . Quien lo hace, crea un ciclo de dependencia en el que el adulto necesita constantemente que le digan qué hacer y cómo. La infantilización de la sociedad consiste en tratar a adultos como niños, promoviendo cada vez más actitudes pueriles y formas de vida que nunca se han asociado a la etapa adulta.

Esta situación social se ha ido trasladando a otros ámbitos como las instituciones donde todo lo que gira en torno a ellas está muy protocolizado o también es muy típico este sobre control en los padres y madres hacia sus hijos donde todo se supervisa (deberes, horarios, actividades, obligaciones...) produciendo otras generaciones aún más infantiloides. Lo que es paradójico es que , generar una sociedad inmadura está relacionado con personas que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. Raquel Marín achaca a esta conducta social a estar permanentemente conectados lo que genera que los estímulos tengan un umbral distinto volviendo a nuestras percepciones ilusorias. También los sesgos cognitivos alteran nuestro juicio y nuestra toma de decisiones afectando a las cuestiones de la personalidad y del estado emocional (más estrés, más angustia o más ansiedad). Cuanto más someros seamos a incorporar la información más tendencia tendremos a hacer atajos porque el cerebro es muy ahorrativo y tira de la información que ya tiene en vez de generar una nueva.

¿POR QUÉ CREEMOS COSAS DE LAS QUE NO ESTAMOS 100% SEGUROS?

La pandemia de la COVID-19 producida en 2020 trajo mucha incertidumbre y miedo dos emociones muy favorables para la creación y expansión de los bulos. Esta viralización de noticias falsas, en ocasiones, se debía a la falta de verificación y la aceptación por parte de los ciudadanos como información verdadera y, por tanto, aceptada para ser compartida, pero ¿qué pasa en el cerebro para que nos creamos a veces cosas y las defendamos con firmeza a pesar de que no sepamos mucho (o nada al respecto? Marín sostiene que tenemos tendencia a dar por buenas las cosas que creemos que lo son, cuadran con nuestras ideas preconcebidas o cuadran con nuestra ideología (consecuencia de tu vida, tu historia, lo que te han enseñado, tus experiencias...). Es más fácil de integrar una nueva información que se asemeja a lo ya conocido. Por otro lado, la información que es rechazada suele cuadrar con aquello que no cuadra con lo que ya hemos aprendido.

La necesidad de combatir contra las pseudo-verdades es imperante y la reflexión, el análisis y la toma de conciencia sobre lo que leemos y escuchamos es la clave para la neurocientífica porque el cerebro siempre huirá de la incertidumbre y se agarrará a cualquier respuesta que le parezca más o menos razonable.