Ignacio Martínez de Pisón: "La memoria también es ficción, no es algo que se pueda consensuar"
El escritor zaragozano acaba de publicar sus memorias literarias 'Ropa de casa' con Seix Barral, un ejercicio nostálgico del que se sirve para recordar a quienes le han ayudado a ser quien es a través de una época de cambios
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Tras el éxito de 'Castillos de fuego', Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) publica sus memorias, algo que pensó hacer nada más morir su madre para retener ese pasado que con ella iba a desaparecer. Un relato que construye con algunas de las personas que más han significado en su vida como sus padres, su mujer y algunos escritores amigos con los que retrata una época, la del tardofranquismo y los primeros años de la democracia. Conversamos con Martínez de Pisón de sus recuerdos, de cómo se transforma el pasado y de una sociedad compleja y conflictiva que ha terminado convirtiéndole en el escritor que nunca imaginó ser
Dice Annie Ernaux en 'La vergüenza' que no existe una auténtica memoria de uno mismo. No sé si estás de acuerdo...
Existe pero es una memoria construida con el tiempo y con modificaciones y con alteraciones de las que tú no eres totalmente consciente, de tal manera que la memoria también es ficción, porque la propia memoria tiene unos mecanismos que alteran el pasado.
Este libro es una forma de contarte y de contar sobre aquéllos que te han ayudado a ser quien eres. ¿Cuándo te surge la necesidad de hacerlo?
La idea de escribir este libro no se me había pasado por la cabeza hasta que hace unos años murió mi madre. Y entonces, de repente uno se da cuenta cuando ocurre una desaparición así que no solo desaparece una persona que desaparecen muchas más cosas, desaparece un pasado completo, desaparecen otras personas, desaparece el enlace que tienes con el mundo anterior y surge ese afán por retener todas esas cosas que estaban desapareciendo y al mismo tiempo por volver a dar vida a unas personas que ya habían muerto. Fue un poco lo que me llevó a escribir, no quiero que todo eso desaparezca del todo. En realidad no hablo tanto de mí mismo como de la gente que me rodea. Me apetecía mucho más hablar de mi madre y hacer una semblanza de mi madre, de cómo hablaba, cómo se movía, cómo era o de mi padre al que conocí poco, que de mí mismo, que al fin y al cabo soy más un testigo que un protagonista.
¿Y uno no espera quizá a ser un poco mayor?
Es que soy un poco mayor, tengo 63 años. Algunos de los libros de memorias que más me gustan están escritos mucho antes, a una edad mucho más temprana. Carlos Barral, que es un poeta al que también hago un homenaje en este libro, por ejemplo, sus primeros libros de memorias se llaman 'Los años sin excusa' y 'Años de penitencia'. Lo escribió antes de tener 50 años, pero 63 es una edad bastante razonable para empezar a recordar, sobre todo porque a lo mejor más tarde ya no tienes la capacidad de hacerlo, que esas cosas se van perdiendo con la edad.
El relato comienza con tu infancia en Logroño. Es muy interesante cómo contrapones los recuerdos que tienes de cuando eras niño con la reflexión que como adulto haces de todo lo que te ha ido pasando. ¿Has encontrado muchas disonancias al comparar?
La visión que uno tiene de niño y la que tiene de adulto son totalmente diferentes y ni siquiera creo que sean complementarias. Como ves de niño el mundo de los adultos es una cosa y como tú, que ya eres adulto, ves a otros adultos de aquella época, los ves casi como si fueran unos jovenzuelos. La imagen de mi madre, por ejemplo. Cuando mi madre se queda viuda yo tengo nueve años. A mí mi madre me parecía que era una persona segura, que sabía lo que tenía que hacer. Era alguien que merecía toda mi confianza, que yo jamás podría dudar. Y en cambio ahora yo mismo, con 63 años que tengo un hijo que tiene casi la edad que tenía mi madre cuando se quedó viuda, pues claro yo a mi hijo lo sigo viendo como un jovencillo y a mi madre no puedo dejar de verla como una jovencilla ahora. Es decir, me he convertido en el padre de mi madre. Me he convertido con 63 años en aquella chica de 36 que se quedó viuda de repente un día de octubre del año 72. La veo de otra manera y la veo como diciendo qué valor está teniendo esta chica para sacar a cinco niños adelante, para encontrar trabajo y abrirse luego unas tiendas de ropa de niño. Efectivamente son dos perspectivas que yo creo que enriquecen también el relato, lo que yo veía entonces y cómo lo veo ahora.
Dos figuras fundamentales en tu vida son tu madre y tu padre, a ellos les dedicas al comienzo de 'Ropa de casa'. ¿Cómo crees que la muerte prematura de tu padre y el hecho de que tu madre tuviera que sacar adelante a cinco hermanos han condicionado tu carácter?
Desde luego la figura de la mujer y de la madre en las novelas mías son muy importantes. Cuando tu mundo infantil y tu mundo adolescente gira en torno a una persona que es esa pequeña galaxia, el astro, la estrella central es la madre, todo eso acaba apareciendo. La novela es algo como de corregir el pasado, algunas cosas que no pudiste resolver las resuelves a través de los libros o algunas cosas que viviste y que no analizaste en su momento las analizas a través de los personajes de tus libros. Como la ausencia de mi padre, yo detecté años después que muchos de mis libros también eran huérfanos. También había algo ahí de mí que yo había trasladado a los personajes y que ellos estaban resolviendo problemas que yo no pude resolver en mi adolescencia. La simple ausencia de mi padre impidió que tuviéramos el choque tradicional entre padre e hijo, que se produce cuando el hijo llega a la adolescencia. La verdad es que cada familia es diferente y al mismo tiempo cada familia es igual. No me da la sensación de que contando una historia tan individual, tan particular, tan personal, con estos tíos míos, esta madre mía, este padre... creo que muchas de esas experiencias son compartibles por otras personas. Es decir, por ejemplo, la curiosidad por cómo eran nuestros padres antes de que nosotros naciéramos. Creemos que nuestros padres nos pertenecen y que siempre nos han pertenecido. Pero hubo una época en que nosotros no existíamos y ellos se pertenecían solo a sí mismos. Es la época esplendorosa del amor, de la felicidad de la pareja. Y siempre tiene mucha curiosidad. Pero cuando miras las fotos de aquellos años de noviazgo anterior a que la familia empezara a existir, también tienes la sensación de que eres un poco intruso en una felicidad ajena, como que te estás colando en una fiesta que no es la tuya.
Cuentas sobre ti, cuentas sobre las personas que te han rodeado, cuentas sobre una época, los años del tardofranquismo, la Transición, el comienzo de la democracia. Y como niño no hay cuestionamiento y asumes una época que te ha tocado vivir. Son los años los que te llevan a ciertas reflexiones, como la relación que habrías mantenido con tu padre que acabas de mencionar. Él fue militar de carrera, ¿has llegado a contestarte si solo fue un militar franquista?
La sociedad española era franquista, algunas personas con más entusiasmo, otras simplemente por acomodarse a la realidad. Pero yo creo que eso sí que es un paradigma que se reproduce en toda mi generación. Los nacidos a finales de los 50, principios de los 60, con padres franquistas de una manera u otra, e hijos que se vuelven antifranquistas aunque sean antifranquistas después de la muerte de Franco, como es mi caso. Pero es un proceso que se reproduce. Mi padre era franquista, claro que era franquista. Él se mete a militar en la primera promoción de la Academia General Militar después de la guerra y muere cinco años antes que Franco. Toda su carrera militar se desarrolla dentro del franquismo, pero tampoco le recuerdo como una persona que viviera la política con una adhesión personal a la figura de Franco ni nada de eso. Me parecía que era un hombre muy tranquilo. Alguna anécdota que se contaba en casa era que de joven alguna vez los militares amigos de mi padre, cuando salían de tomar una copa gritaban 'Viva el rey!', como una gamberrada, como quien dice 'Aúpa Atleti!'. Mi madre contaba que esa noticia llegó a no sé qué prensa extranjera y se tituló algo así como 'Los militares en España salen a la calle con gritos de Viva el Rey!'. La monarquía estaba a punto de imponerse, pero yo no sé ni siquiera si mi padre era monárquico. Nunca tuve ocasión de saberlo.
En el libro cuentas tu admiración por Buñuel, por Carlos Barral, que ya le has mencionado y también de muchos amigos como Jorge Herralde, Álvaro Pombo, Enrique Vila-Matas, Bernardo Atxaga, José Antonio Labordeta, Javier Marías. Da la sensación, en algún que otro caso, que estabas buscando saldar viejas cuentas...
En realidad no ajusto cuentas con nadie más que para homenajear, pero es verdad que en algún momento alguna de esas amistades no pudo ser tan intensa o tan prolongada como yo habría querido. Y también me parecía que tenía que explicarlo. La amistad con Javier Marías, que acabó a los diez años de empezar, por la ruptura que hubo entre él y Jorge Herralde, el editor de Anagrama, eso me salpicó un poco, me apartó de su amistad. Y algún que otro caso como Javier Tomeu, que era un personaje tan estrafalario y tan extravagante es imposible no contar sus costumbres, sus manías, sus rarezas pero no hay un ajuste de cuentas porque el recuerdo que tengo de los dos es un recuerdo lleno de cariño.
¿Y has recurrido a familia o amigos para ir recomponiendo todos esos recuerdos?
No porque cuando lo he hecho, muy poco, cada vez que consultaba algo veía que no estábamos de acuerdo. No creo que la memoria sea algo que haya que consensuar. Lo que yo recuerdo es lo que yo recuerdo, tú recordarás otra cosa, pero lo que no vamos a hacer es pactar a ver qué es lo que hemos recordado. Cuando ya vi que yo con mis hermanos discrepaba mucho dije ya leeréis el libro, ya veréis lo que yo recuerdo.
Te encuentras en esa primera generación de universitarios de la democracia perteneciente a una izquierda algo desmayada, como tú la defines, ¿cuándo la conviertes en una militancia consciente?
Para mi generación fue muy importante el golpe de Estado del 23, entre otras cosas porque nosotros, los que teníamos 14 años cuando Franco murió, dejábamos que la generación anterior fuera la protagonista. Ellos fueron los que de verdad corrieron delante de los grises, fueron los que se organizaron para la lucha antifranquista. A nosotros nos lo dieron todo hecho. Cuando Franco muere se produce esa Transición y los que de verdad llevan las riendas de todo esto son gente que son un poco mayor que nosotros. Nosotros nos dejamos llevar porque la política parece que no nos corresponde todavía. Pero en el año 81 ves que esa pequeña y lenta democracia que todavía está a medio hacer está a punto de desaparecer pero hay que ver las cosas en su contexto. Ahora nos creemos que España era un país muy europeo, muy occidental, casi integrado ya en la Unión Europea pero en aquella época lo que estábamos más cerca era de las persecuciones y las matanzas de Chile o de Argentina. No teníamos por qué creer que nuestra situación fuera a ser muy diferente de la que se estaba produciendo en Chile y en Argentina. Y la sensación que teníamos era, estos pocos pasos que se habían dado hacia la democracia, porque te recuerdo que en aquel momento no había ni ley de divorcio, el avance de España hacia la democracia era muy lento, estaba muy controlado, muy vigilado y de repente, de un día para otro que volviéramos a la etapa anterior a una dictadura militar, a vete a saber qué, otra vez derramamiento de sangre, aquello nos horrorizó. Y yo creo que ese golpe de estado frustrado inoculó unas defensas que acabaron definitivamente con el golpismo y que explica directamente que al año siguiente se cerrara la Transición con la victoria arrolladora de Felipe González.
Hablas también de tu escaso interés por el pasado. Lo ves como algo mugriento, sin desbastar, carente de atractivo. Pero eso con el tiempo cambia, ¿por qué?
El pasado lo vamos modificando a cada momento. No sé quién dijo que más difícil que adivinar el futuro es adivinar el pasado, porque el pasado no es algo que esté consolidado y fijado en nuestra memoria, sino que es algo que va cambiando a medida que nosotros cambiamos, a medida que avanzamos. Y del pasado lo que rescatamos, lo que yo tiendo a rescatar es lo mejor, como mi infancia. Ya sé que queda casi como un tópico, como una colección de lugares comunes, pero la infancia como un paraíso perdido. Pero es que yo lo viví así y no sé si otras personas tienen esa idea de infancia porque ha habido infancias muy difíciles, ha habido infancias en las que han pasado cosas horribles, ha habido infancias con malos tratos o con un precariedad económica o con vete a saber qué. Pero en mi infancia no me faltó de nada y todos los recuerdos de mi infancia son buenos. También es verdad que justo la infancia acaba de forma muy abrupta, porque en el momento en que volvemos a Zaragoza es justo cuando muere mi padre. Y entonces hay como una línea que separa esas dos zonas. Hasta aquí fui feliz y a partir de aquí empezaron los problemas y quizás eso haya limpiado de problemas la etapa primera y ha añadido alguno más a la siguiente.
Zaragoza, Logroño, Barcelona, Edimburgo. El libro es un recorrido por lugares más emocionales que geográficos...
Sí porque, en realidad, contar los lugares en los que he estado no tenía mucho interés si no era porque esos viajes, esas estancias, implicaban algo para mí, para mi formación. Yo me dejaba retazos de mí mismo en esos sitios. Para mí Logroño es la infancia, el tiempo de la felicidad, es la ciudad de la felicidad. Zaragoza es mi ciudad para lo bueno y para lo malo. Y Barcelona es la ciudad en la que llevo 42 años viviendo, que se dice pronto, 42 años viviendo y qué es la ciudad? Pues es la que me he hecho y la que me ha hecho. Mi breve estancia en Edimburgo ha sido la sustituta de una vocación viajera frustrada porque me habría gustado mucho viajar más, vivir más tiempo en el extranjero, ser cosmopolita, que era algo que la España de entonces no era, España era muy provinciana, viajaba muy poco y mi generación empezó a ser la primera viajera. Y me habría gustado pasar unos cuantos años más pero por lo que fuera sólo pude estar ese año.
Barcelona, 42 años viviendo en ella. ¿Reconoces la ciudad?
Es como los palimpsestos que sabes que por debajo del texto que tú les rascas hay otro texto y si rascas hay otro texto. Con las ciudades ocurre lo mismo, que tú ves la ciudad como está ahora, pero tienes un recuerdo que atraviesa el tiempo y que ves como era hace unos años y ves como era al principio. A veces nos da la sensación de que las cosas cuando las conocemos han estado así desde siempre. Y no es verdad. Las cosas cambian siempre. Tú cuando llegas a un sitio en el año 82, crees que esa es la Barcelona de siempre pero a lo mejor esa Barcelona de esos bares, esas tiendas, esas calles tienen unos pocos años pero te da la sensación que es de siempre. Y luego, cuando te cierran esos bares o esas tiendas, piensas que han cerrado bares y tiendas que son de toda la vida. Pero resulta que no, que llevan cinco o seis años ahí. Las ciudades cambian constantemente y los que no cambiamos somos nosotros. Y parece que tenemos una tendencia a pedir que por favor, que las cosas se conserven como son. Y resulta que no, resulta que también tenemos derecho a probar que las cosas sean diferentes y que sean mejores. Pero no podemos evitar tener nostalgia, no tanto de una ciudad porque era como era, sino porque nosotros éramos como éramos en esa ciudad. Es decir, que los años 80, para mí la ciudad es la Barcelona más bonita pero porque yo era joven y guapo y lo pasaba muy bien. Y realmente lo que tengo es nostalgia de mí mismo.
Dices que uno empieza tratando de averiguar al escritor que quiere ser y que acaba descubriendo el que puede ser, ¿qué escritor quería ser Ignacio Martínez de Pisón y que has terminado siendo?
El escritor que terminó siendo está a la vista. Es un escritor que escribe de la realidad española, de la sociedad del siglo XX, principalmente de la segunda mitad del siglo XX, en libros cada vez más gruesos y libros donde lo que me importa es contar una sociedad determinada, contar unos conflictos entre seres humanos e indagar un poco en la complejidad del alma humana. Cuando empecé lo que quería hacer eran unos poquitos textos llenos de fantasía, de imaginación, donde no importaba nada la sociedad española, donde tampoco me interesaba mucho la psicología de los personajes, y por supuesto, textos que en ningún momento pasaran de las 100 o 200 páginas, no como ahora que llegan a las 700, a las 800. Es decir, justo el escritor que yo quería ser es el escritor contrario al que he acabado siendo. Si el Pisón del año 84 viniera ahora a decirme lo que piensa de mis libros no sé si le gustarían. A lo mejor sí, porque al fin y al cabo yo escribía de esas cosas, pero era capaz de leer cosas muy diferentes de las que escribía y era capaz de apreciar qué es lo que nos pasa a todos. Yo creo que no nos gusta solo aquello que tendría que gustarnos por afinidades. A mí me gusta mucho lo que escribe Vila-Matas y son cosas completamente diferentes de las mías, el que siempre está abjurando del realismo y yo soy un escritor realista por naturaleza pero sí, probablemente el joven escritor que yo era se avergonzaría un poco del escritor veterano que soy.