'Autofobia', el miedo irracional a uno mismo, a quedarse solo o aislado
El motivador del programa, Francesc Miralles, nos explica por qué a las personas nos cuesta tanto no estar en compañía, a través de historias como la de la monja budista Diane Perry
¿Por qué nos cuesta estar solos?
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Aunque mucha gente dice sentirse sola, lo cierto es que raramente estamos con nosotros mismos. Siempre hay otros, o noticias de otros, bombardeando nuestro espacio de soledad. Con la era digital, es difícil estar más de un minuto sin que alguien te diga algo desde algún lugar.
Incluso hace siglos, antes de la existencia de la tecnología, personalidades como el matemático y físico francés Blaise Pascal consideraba que: 'todo el mal humano proviene de una sola causa, la incapacidad del hombre para quedarse quieto en una habitación'.
La literatura y el cines han explorado mucho este miedo humano a estar con nosotros mismos en obras como:
Robinson Crusoe: más que sobre supervivencia, la novela trata la dificultad de estar solo, sin otro apoyo humano que uno mismo.
Yo soy leyenda: ser el último hombre en la Tierra, y encima rodeado de zombies, es una pesadilla muy común en el ser humano.
Mecanoscrito del segundo origen: lo leen, sobre todo, los estudiantes de secundaria catalanes; narra la historia de dos niños que, por una casualidad, son los únicos supervivientes al fin del mundo.
Passengers: plantea un interesante dilema, si te despertaras por accidente en una nave donde todo el mundo hiberna, ¿despertarías a alguien más para que te hiciera compañía?
LA HISTORIA DE DIANE PERRY, TAMBIÉN CONOCIDA COMO TENZIN PALMO
Diane Perry tenía 18 años cuando un libro de budismo cayó en sus manos. Dos años más tarde, a sus 20 años, decidió dejar un trabajo de bibliotecaria en su Inglaterra natal para viajar a la India, donde conoció a su maestro, Khamtrul Rinpoché.
Allí cuatro años más tarde se consagró como monja dentro de la disciplina del budismo tibetano. Era la única occidental y la única mujer en el monasterio, pero logró instruirse como una más.
Hasta que un buen día, aconsejada por su maestro y ya con 33 años, decidió partir a las alturas de una cueva en los Himalayas para dedicarse a meditar en soledad.
Ahí vivió durante 12 años, soportando temperaturas de 35 grados bajo cero, sobreviviendo a avalanchas, cultivando sus propios alimentos y solo bajando al monasterio en los veranos, para instruirse y buscar víveres.
Los últimos tres años, de hecho, estuvo totalmente aislada, hasta que un buen día llegó a la puerta de su cueva un oficial de migraciones, quien le anunció que su visa había expirado. Sin duda, fue una señal para volver a la civilización y lidiar de nuevo, con los intríngulis de compartir el planeta con más seres humanos.