Julián Muñoz: "Yo fui un sinvergüenza"
Julián Muñoz se metió en pasiones demasiado grandes como para salir bien librado de ellas: la política, el dinero, la fama, éxtasis de amor y puñaladas de traición, a veces propinadas por él mismo
Ignacio Peyró: "Julián Muñoz: 'Yo fui un sinvergüenza'"
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Madrid
Hoy todos desayunamos aguacate, pedimos pan de espelta sin que nadie tenga que explicarnos qué es la espelta y no se nos caen de la boca palabras como crossfit o car-sharing. Somos, en definitiva, alumnos avanzados del capitalismo tardío. Por eso, ha sido un bofetón de realidad el recordar, con la muerte de Julián Muñoz, lo cerca que nos queda esa otra España que fumaba negro y dejaba una necrópolis de gambas en el suelo de los bares.
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Con su aspecto de dandy de las marismas, Julián Muñoz ha tenido algo de último castizo, como un personaje que hubiera llegado tarde a nuestro Siglo de Oro. Era ese camarero sandunguero que sabe que, en España, con la simpatía se llega a todas partes. También a las que es mejor no llegar nunca: los días en la alcaldía seguidos de noches de cocaína. Así llegó a convertirse en imagen de un tiempo en el que alguien que había nacido sin agua corriente podía ver lógico colgar un Picasso en la pared del baño.
Julián Muñoz se metió en pasiones demasiado grandes como para salir bien librado de ellas: la política, el dinero, la fama, éxtasis de amor y puñaladas de traición, a veces propinadas por él mismo.
De todo eso comienza ya a hacer mucho tiempo. Incluso España es otra. Y Julián Muñoz ha muerto pobre, enfermo, consumido, tras haber cumplido todas sus penitencias, con algo -en efecto- de Siglo de Oro en su redención y en su derrota. Nadie le ha despedido con piedad, pero él ha sido el único de nuestros corruptos en decir "fui un sinvergüenza".