El taller de Rubens en el Prado: entre lienzos, pinceles y con olor a trementina
El Museo del Prado recrea el taller del maestro de Amberes con más de una treintena de cuadros que realizó solo o con ayuda de sus discípulos
Contaba Rubens en una de las cartas que escribió a uno de sus clientes que utilizaba trementina para licuar la pintura de los pinceles que usaba para hacer sus cuadros. Ese olor es el que hace que el visitante sienta que está dentro de un taller de pintura, una de las ideas de las que parte este montaje que incluye numerosos objetos del taller en el que trabajaba Rubens con sus ayudantes, cuadros, lienzos, herramientas, pinceles, tientos, bastidores originales del siglo XVII, piezas que coleccionaba como esculturas antiguas, incluso su sombrero y su espada, además de una treintena de cuadros que pintó él solo o con ayuda de sus discípulos. Todo para contar cómo Rubens y sus ayudantes realizaban un cuadro.
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"Hay una evocación del Rubens persona pero, sobre todo, del Rubens pintor", explica Alejandro Vergara, comisario de la exposición y jefe de Conservación del Área de Pintura Flamenca del Museo del Prado. La propuesta es "una forma de adentrarse en una de las cuestiones más importantes que puede abordar un museo de arte como es el Museo del Prado, el proceso de creación del artista, quiénes son los actores, cuál es el espacio físico, las condiciones sociales y económicas y cuál es el resultado, lidiando con dos conceptos fundamentales como son la autoría y la calidad", ha destacado en la presentación Miguel Falomir, director de la pinacoteca. La exposición es una invitación a mirar de cerca sus grandes obras y adentrarse en el proceso creativo de uno de los artistas más prolíficos de la Edad Moderna. El montaje está instalado en una de las salas situadas junto a la galería central y permanecerá abierto hasta el próximo 16 de febrero.
La vocación de la exposición es, sobre todo, didáctica y "en última instancia su objetivo es que el visitante mire con cuidado la pintura, cómo se hace, esa forma de pintar con una alternancia de manos", cuenta Vergara, "y esa alternancia de manos se puede percibir. La exposición es una invitación que hacemos a que todos los que puedan verla puedan saber de qué manos salieron aquellas obras". Era una forma de pintura colaborativa que se centra en la técnica y que permite distinguir las distintas capas de pintura que maestro y ayudantes pintaban.
Las manos de Ana de Austria
Un ejemplo es el retrato de Ana de Austria. Si nos fijamos en las manos, las del cuadro original de Rubens tienen esa textura que tanto le gustaba al artista, y que nada tiene que ver con las mismas manos del cuadro que pintaron sus ayudantes. "Están igual de bien pintadas, pero sin esos matices. Son manos muy pulidas en comparación con las que pintó Rubens llenas de textura, y que conseguía aplicando capas y capas de pintura". Es una forma de trabajar propia de la época en la que se valoraban más los originales que los cuadros que salían del taller, y que hoy podríamos comparar con la fabricación de algunas marcas de moda o de algunos estudios de arquitectura.
Se calcula que Rubens llegó a realizar hasta 1.500 cuadros, un centenar de ellos están en el Museo del Prado. El trabajo en talleres permitía ese gran volumen de obras y respondía a la enorme demanda de pintura que había en Europa desde el siglo XV. Y no hay contradicción, explica Vergara, entre esa gran cantidad de obras y su calidad, "todas salen del mismo lugar, del taller, de la misma forma de organizar el trabajo", en el que se calcula que pudieron llegar a trabajar hasta 25 colaboradores al mismo tiempo.
Pero, ¿hasta dónde llega la autoría del gran maestro?. "Si yo hubiese pintado el cuadro sin ayuda hubiese costado el doble", aseguraba Rubens en una carta a uno de sus clientes. "Es lo mismo que si uno quiere un coche de gama alta", compara Vergara, "puedes querer el que lleve más prestaciones o el que menos y las dos cosas pueden hacerse, no es incompatible". Para ellos era un sistema de trabajo completamente natural, estaban los cuadros que salían solo de las manos de Rubens, los que realizaban sus colaboradores o los que pasaban por la mano del maestro para retocar. "Nuestra idea actual es la del artista que está solo pintando obras maestras en su taller y realmente no era así" asegura el comisario.
Otro ejemplo es 'Saturno devorando a un hijo', un encargo del rey Felipe IV. Todos los cuadros de la serie fueron diseñados por Rubens pero él solo pintó algunos personalmente, como recuerda Vergara, "era la época en la que Rubens se sentía mayor y cansado y no tenía tiempo para pintar pero el rey estaba obsesionado con su pintura y le encargó una enorme cantidad de cuadros. Ahí es donde se puede ver una gran diferencia entre las obras maravillosas que realizó Rubens y otros cuadros que resultan mucho más flojos que realizaron algunos de sus ayudantes". Eran pinturas que, en ocasiones, no llegaban a los estándares pero que, incluso haciéndolo, resultaban distintos al original. "Es una forma de descubrir el gran arte y todo lo demás. Los cuadros están hechos en el mismo momento y salen del mismo lugar. Ésa es la paradoja".