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Opinión

Hasta el último aliento

Siempre se creyó que una pena de muerte tan horrible fue una especie de venganza después de que ETA acabara con la vida del presidente de Gobierno, Carrero Blanco, en pleno centro de Madrid, tres meses antes

Madrid

En el año 1973 se produjo en Barcelona un tiroteo entre agentes de la siniestra Brigada Social y tres militantes anarquistas, que trataban de atracar un banco. Durante ese enfrentamiento cayó muerto un policía y detenidos los anarquistas. Uno de ellos, Salvador Puig Antich, fue acusado de esa muerte, sometido a un consejo de guerra y ejecutado con el más horroroso de los métodos utilizados por el franquismo: el garrote vil.

Las hermanas de Puig Antich han luchado este largo medio siglo para reivindicar la inocencia de Salvador. Ahora, el Gobierno, amparándose en la ley de Memoria Democrática, ha determinado que el consejo de guerra dictó una “sentencia injusta” y que el jurado estaba fuera del marco jurídico.

Siempre se creyó que una pena de muerte tan horrible fue una especie de venganza después de que ETA acabara con la vida del presidente de Gobierno, Carrero Blanco, en pleno centro de Madrid, tres meses antes. No consta que al verdugo de Puig Antich le sucediese lo mismo que al de la gran película de Berlanga, que solicitó la plaza en el convencimiento de que jamás se le presentaría la ocasión de ejercer tan ignominioso oficio.

Se ha hecho justicia histórica.

Joaquín Estefanía

Joaquín Estefanía

Es periodista, exdirector del periódico 'EL PAÍS' donde sigue firmando columnas. También colabora en...

 
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