Esperanza es una palabra hermosa y curiosa, derivada del verbo esperar, «sperare» en latín. El sufijo –anza indica acción y efecto, así que, en sentido estricto, esperanza sería eso, la acción y efecto de esperar. Sin embargo, para nombrar esa situación acuñamos la palabra espera, que las hay animosas, sí, pero también tediosas o inquietantes. Y con esa especialización, quedó la palabra esperanza para nombrar ese estado de ánimo positivo en el que creemos alcanzable todo aquello que deseamos, sinónimo de confianza, fe, ilusión, optimismo... Un estado de ánimo que se mantiene incluso en los peores momentos. Por eso decimos que la esperanza es lo último que se pierde. Durante tres siglos permaneció en el diccionario como sinónimo de esperanza la palabra esperación, que los académicos enterraron definitivamente en la última edición. Nos puede resultar extraña, sin embargo, nos resultará familiar su antónimo, desesperación, que lo mantenemos para expresar lo que sentimos cuando la esperanza flaquea o se pierde definitivamente.