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Ramón Barea: "Todo teatro es político, hasta el de entretenimiento nos enfrenta a la realidad y se posiciona ante la vida"

El actor interpreta a un profesor de Ética y Filosofía Política en 'El dilema del corcho', una obra escrita por Patxo Telleria y dirigida por Mireia Gabilondo. Lo que iba a ser una reflexión sobre la sanidad pública y la necesidad de pagar impuestos, al final enfrenta a los espectadores a situaciones límite, cuestionando nuestros principios

Ramón Barea: "Todo teatro es político, hasta el de entretenimiento, nos enfrenta a la realidad y se posiciona ante la vida"

Si uno busca Amancio Ortega en la web de la Cadena SER, encontrará numerosos artículos sobre lo que ingresa y lo que compra el empresario textil, fundador de Inditex, el dueño de la fortuna más grande de España. Entre ingresos e inversiones, de vez en cuando alguna donación a la sanidad, a través de su Fundación. A partir de 2025 nuevos equipos de radioterapia, financiados por él, llegarán a varios hospitales españoles, por poner un ejemplo. Asociaciones para la defensa de la sanidad pública de toda España se han posicionado en contra de estas donaciones, aduciendo que las grandes empresas deben pagar sus impuestos y con esos fondos debe ser la administración sanitaria la que genere esos recursos.

Este debate le suscitó a Patxo Telleria (Bilbao, 66 años), actor, dramaturgo, guionista, director de cine y televisión, una reflexión sobre la importancia de pagar impuestos y de un sistema fiscal justo y progresivo. Es el punto de partida de El dilema del corcho, una obra escrita y coprotagonizada por él, con Mireia Gabilondo en la dirección. La han presentado en una rueda de prensa en el Teatro de La Abadía, en Madrid, en la que el empresario gallego se convertía en "ese hombre del que usted me habla".

El dilema del corcho ya se ha estrenado en euskera, con Mikel Martinez interpretando a un profesor jubilado de Ética y Filosofía que en la versión en castellano encarna Ramón Barea. Hoy estrenan en el Teatro Arriaga de Bilbao y la semana que viene llegan a La Abadía, donde nos hemos citado con Ramón Barea (Bilbao, 75 años). Este catedrático fue un izquierdista, polémico, agitador y muy prestigioso en su juventud. Hoy tiene un cáncer terminal, pero surge la posibilidad de curarse. ¿Cómo? Gracias a un tratamiento que ha financiado un millonario al que el profesor, de joven, criticó duramente por considerar que "los ricos lo que tienen que hacer es pagar impuestos y no lavar su imagen o dinero", dice. Ahí se abre el primero de los dilemas morales a los que esta obra somete al espectador. ¿Qué hacer? A punto de anunciar su decisión en público, recibe la visita de un antiguo alumno y se desata un juego teatral que nos ha mantenido intrigados hasta el final, al menos durante la lectura que hemos hecho del texto.

  • Patxo Telleria en 'El dilema del corcho' / Pío Ortiz de Pineda

  • Patxo Telleria y Ramón Barea en 'El dilema del corcho' / Pío Ortiz de Pineda

  • Patxo Telleria y Ramón Barea en 'El dilema del corcho' / Pío Ortiz de Pineda

  • Patxo Telleria y Ramón Barea en 'El dilema del corcho' / Pío Ortiz de Pineda

  • Patxo Telleria y Ramón Barea en 'El dilema del corcho' / Pío Ortiz de Pineda

Este profesor al que interpretas, Ramón, es "un Noam Chomsky ibérico". ¿Cómo es?, ¿qué tiene de ti o tú de Chomsky?

Es un profesor al que se le viene el pasado encima por la visita de un supuesto alumno, ex alumno o camarada. ¿Quién es este hombre? Ahí está el juego y los giros de guion. En la obra me pregunto si digo que sí a una cosa que me puede salvar la vida o si mantengo mi actitud ética y digo no a esta posibilidad, por no admitir este gesto falso de ayuda social. El alumno le acusa de haber sido como un corcho que siempre se queda a flote, que siempre ha sabido esquivar los compromisos o ha podido pasar de un compromiso a otro, ha podido cambiar de vida y tal. Se lo viene a recordar alguien que es fruto de su ideología, fruto de sus enseñanzas.

La obra es un thriller político, pero tiene también mucho humor, como si fuera una comedia de enredos. Juega con los géneros y el espectador hasta el final. Independientemente de cómo la definamos, ¿el teatro es siempre un escenario político para ti?

Sí, siempre lo es, sea el que sea, hasta el supuesto teatro de divertimento, de entretenimiento y tal. Yo me acuerdo de la época de Alfonso Sastre, de una de las primeras cosas que escribió, Drama y sociedad, uno de sus primeros libros de ensayos. Me llamó mucho la atención que él hablaba de un teatro social y se preguntaba: ¿pero por qué se dice teatro social? Si todo teatro, se haga lo que se haga, es un teatro social. Otra cosa es que pueda tener una tendencia política concreta, una mirada determinada, pero todo el teatro de alguna manera es político, porque toma una posición ante la sociedad, ante la vida. Así que es inevitable, es inevitable. Ahora parece que la gente quiere ir al teatro como evasión o divertimento, como que me quiero fugar, quiero salir de esta horrible sociedad, no quiero reflexionar sobre ella. Pero yo creo en un teatro que invita a la reflexión, de alguna manera, puede ser humana, puede ser social, yo que sé. Pero creo que es la función del teatro. A mí no me gusta que me atormenten, pero sí entrar en temas que me interesan y entrar de diferentes maneras. El dilema del corcho tiene la estructura de una comedia, es muy ágil, con cambios, muy brusco. Es una comedia de enredo, pero los contenidos no son los de una comedia de enredo. Yo creo que es una mezcla de aquella obra mítica de La soga, que fue película también, o el Darío Fo de Muerte accidental de un anarquista.

En una situación límite como en la que nos pone la obra, un hombre que se siente desahuciado de la vida ya, a punto de morir, no sé si es irrefrenable ese instinto de supervivencia, si por vivir o sobrevivir uno haría lo que sea, nos asimos a esa tabla o a ese corcho como Kate Winslet y da igual que se hunda todo lo demás alrededor.

Es así. Y de hecho el profesor está por la labor de justificar su admisión de curación, de aceptar esa posibilidad de curación. Ahí está el dilema. Es decir, usted, señor profesor, ha defendido toda su vida un compromiso, una actitud ante las cosas, una capacidad de denuncia. La Autoritas, la posibilidad de rebelarse contra la ley implacable de la Potestas. Usted nos enseñó esto, le dice el alumno, y ahora ¿en qué queda toda su lección de ética? Ahí está el juego, la parte humana, la parte más débil queriendo vivir y esa parte más política, más fría, más de pensamiento, más de ética que se enfrenta y explota el conflicto.

Hace unos días el CIS arrojaba un dato que nos sorprendió mucho y es que la mitad de los españoles desconoce que la sanidad se financia con nuestros impuestos. ¿Qué nos dice este dato de nosotros?

Que se vive lejos de la realidad, que hay nuevos usos y costumbres, hay una parte mágica en estos aparatos móviles, en estos teléfonos, en este acceso a la información, en esta facilidad para que todo transcurra muy rápidamente y por pura velocidad. Se está más instalado en la velocidad, en que todo viene hecho. Esta cosa que se contaba de los niños cuando les preguntaban de dónde viene la leche y los niños pensaban que la leche viene de la caja del supermercado. Se ha estrechado el horizonte y el pasado. Cada vez tenemos un pasado menos cercano. Hay un alejamiento de nuestra propia historia, de nuestra propia experiencia, de nuestra propia vida. El que desaparezca la Filosofía o que desaparezcan temas éticos de la enseñanza, creo que está haciendo una sociedad con unas miras muy estrechas, muy cercanas, que desconoce muchas de sus estructuras de funcionamiento. Creo que tiene que ver con la velocidad, tiene que ver con el despego de los de los conflictos sociales. Si ya somos capaces de ver la guerra por televisión, cualquier guerra como quien asiste a un espectáculo, una cosa que ocurre siempre allá lejos y contra la que no se puede hacer nada. Convivimos diariamente con ella, así que no me extraña que se crean las cosas más aberrantes y que todo es fruto de la magia, de una supuesta magia social que nos está asfixiando.

Pasan los años y pesan los años. Este profesor, a medida que envejece, se vuelve como más cansado, con menos ganas de luchar. No sé si es cosa de la edad o algo generalizado, que el capitalismo nos ha ganado por goleada, como dices en la obra y como coinciden varios creadores escénicos estos días. El capitalismo nos impide soñar con utopías, con alternativas.

Es algo generalizado. Fíjate, antes la religión aportaba esa guía espiritual que era "estás en pecado, niño, confiésate. Señor, confiésate o estás en pecado". Ahora no hay el termómetro o el detector ético que diga me estás haciendo una canallada terrible, confiésate o rectifica, nos falta eso. Hay una falta de referencias éticas. La edad influye, sin duda. Es decir, el saber que te queda poco futuro. Cuando eres joven dices bueno, me queda toda la vida por delante. Ya soy un adulto, pero tengo mucha vida por delante. Cuando eres niño no veas la de veranos que te quedan para vivir. Y a la vejez, cuando ya eres un señor mayor, al menos yo hay cosas por las que ya no paso. Me enfadan, me apenan, pero trato de no verlas por pura supervivencia, para que no te dé un ictus o similar. Realmente el panorama es terrible y la vejez te lleva muchas claudicaciones, este mundo ya no es el mío, ya no formo parte de él porque todo te indica que es así. Es duro.

Tú abandonaste la obra Shock con el Centro Dramático Nacional por el retraso a los pagos a los actores. La reforma del INAEM sigue todavía pendiente. No sé si ese fue uno de los dilemas a los que te enfrentaste o si lo tuviste claro. Y ¿cómo está la situación hoy de los teatros públicos?

Oh, magnífico que me digas esto, porque además es lo que yo hice, es casi un modelo de lo que podía ser un comportamiento ético. Mira, el conflicto era muy sencillo: por qué demonios no nos pagan el primero de mes, porque estamos como si fuéramos proveedores. Tiene un régimen interno en el que la maquinaria va más despacio. Eso una cosa. Y dos: por qué un actor que no vive en Madrid, que vive en Bilbao y que es convocado por el Centro Dramático Nacional, no se le atiende, no se le da una ayuda para vivir en Madrid durante ese tiempo, como hacen las empresas privadas. A mí cuando me convocaba una empresa privada para un proyecto de teatro, siempre se me solucionaba el alojamiento. Entonces, mi rollo ético era decir que esto me parece un disparate para mí y para la gente de la periferia a la que nos convoca el CDN, como si viviéramos en Madrid. Podía tragar para no perder esa posibilidad de trabajo durante dos meses o cuatro meses, con ensayos y tal, pero decidí tensar la cuerda y decir no, es que no me parece bien. Es que se está incumpliendo un apartado de un convenio que han firmado todos en Madrid, todas las empresas privadas, el Ministerio, lo han firmado todos y os habéis inventado una cláusula en los contratos a partir de la cual el firmante renuncia o da por bueno el caché que se le da, donde van incluidos todos los conceptos. No puede ser eso, no puede un contrato ir en contra de un convenio y se estaba haciendo. A mí me parece una infracción. Compañeros que estaban de acuerdo me dijeron de hacer un escrito o algo, pero les advertí de que va a dar igual, si la gente tiene la sensación, en la sociedad, de que somos unos privilegiados, que nos quejamos de vicio, que estamos en la alfombra roja de aquí para allá y llenos de subvenciones. Así que quise hacer un gesto. Me duele en el alma, porque para mí Shock es uno de los mejores trabajos que se han hecho, Andrés Lima y todo el equipo de dirección fue magnífico y tuve la oportunidad de jugar a ser Allende, a ser Pinochet, a ser Nixon. Era feliz y me parecía terrible dejarles plantados a mis compañeros. Pero allí se me planteaba la cuestión ética, es decir, me inmolo. Señoras y señores, soy el niño que aparece arrojado por el mar en la orilla y que es una imagen que impacta. Pero he preferido ser eso, para para tocar la conciencia y la ética de mis compañeros, del propio ministerio, de los que estaban ocupando cargos políticos. Para mí esa es la forma de estar, desde la ética, tomar posiciones que a veces no son las que mejor te vienen, ni económicamente, ni socialmente ni nada. Pero tengo ramalazos así, a pesar de la edad, jajaja.

Con Ramón Barea hemos hablado también de la serie Yo, adicto, de Javier Giner, que veremos próximamente. Interpreta al padre de este chico adicto al sexo y a las drogas. También de los jóvenes directores vascos, como Alauda Ruiz de Azúa y Borja Coveaga, que siguen contando con él. Toda la entrevista si le das al play.