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Sociedad

Un mes después de la tragedia, algunas cosas no han cambiado: "Los niños juegan a recoger barro"

Recuperamos cinco testimonios de supervivencia, tragedia, solidaridad y esperanza en las zonas afectadas por el devastador temporal que azotó Valencia

Cuatro historias de la DANA un mes después de la tragedia

Madrid

Se cumple un mes desde que la tragedia de la dana sacudió los cimientos físicos y anímicos del Levante español. De tantas historias, demasiadas, que hemos contado en La Ventana sobre aquel fatídico 29 de octubre, recuperamos cinco de ellas con la perspectiva serena que aporta la distancia temporal. Vivencias personales que nos hablan de pérdidas, resiliencia y reencuentros tras uno de los sucesos más traumáticos en la historia reciente de la región.

Javier, cuya madre, Pilar, vive en una residencia de ancianos de Paiporta, recuerda con angustia la noche del 30 de octubre. “Mi madre va en silla de ruedas, tiene 88 años. El agua le llegaba a la cintura antes de ser evacuada a la planta superior. Reubicaron a los residentes en gimnasios, adaptados con camas, pero evidentemente no es su hogar, su habitación”, explica. Sin embargo, Javier destaca que esta experiencia ha sido una lección de humildad y un cambio de perspectiva tanto para la sociedad como para su madre, pues cosas que antes suponían grandes inconvenientes, ahora han pasado a un “segundo o tercer plano” en comparación con la magnitud del desastre.

En el ámbito educativo, el CEIP Castellar-l’Oliveral fue el primer colegio de la zona en reabrir sus puertas. Carolina Martí, jefa de estudios, describía aquel día, el de reapertura, como una jornada dura a la par que “emocionante y necesaria”. Tres semanas después, los retos no han hecho más que multiplicarse: han recibido a más de 100 nuevos alumnos con mucho menos profesorado disponible, muchos de ellos afectados por el temporal, lo que ha generado desafíos tanto logísticos como emocionales. “Vemos a los niños jugando a limpiar barro, como si fuera una forma de procesar lo vivido”, explica Martí.

Yolanda Girón, propietaria de la librería Bufanúvols en Catarroja, perdió todo a causa de la inundación, salvo las cuatro paredes de su local. “Han cambiado pocas cosas desde entonces, pero dentro de mí sí que ha cambiado algo: tengo más ganas de continuar, más ganas si cabe de volver a mi librería”, dice emocionada tres semanas más tarde. Con apoyo de clientes de toda España (ni una sola provincia de la que no le hayan hecho algún pedido de libros), Yolanda ha iniciado una página web para mantener su negocio vivo mientras trabaja en la reapertura de su librería.

La memoria histórica (y fotográfica) también ha sido una víctima del desastre, pues lo inmaterial también se pierde. María Luisa Vázquez de Ágredos, directora de Patrimonio de la Universidad de Valencia, lidera un proyecto para recuperar fotografías familiares dañadas. “En medio de la desgracia, la memoria familiar es fundamental. Estamos procesando unas 130.000 fotografías y hemos habilitado laboratorios de campaña en zonas afectadas”, cuenta María Luisa. Aunque aún no se han entregado los resultados finales, el avance en la estabilización de estas piezas únicas de historias familiares ya es significativo.

La DANA de Valencia: ecos de la tragedia, un mes después

El dulce se tornó amargo

La heladería ‘La Jijonenca’ de Paiporta abrió sus puertas en 1975 y cerró el 29 de octubre de 2024. Anabel Sirvent es la dueña de esta heladería que fundaron sus padres y en la que ha trabajado desde jovencita, aprendiendo el oficio y luego llevando el negocio. Ella nació en Paiporta, pero sus padres son de Xixona, y, a pesar del apellido, no tiene vinculación familiar con los Sirvent del turrón. Del establecimiento apenas queda el mítico letrero, y el resto aparece como un solar destruido con un ventilador y una pantalla de televisión que aún permanecen.

Anabel no se ha parado aún a pensar. Solo mira hacia delante, en una especie de trance tras el shock. La tarde del 29 de octubre se encontró mal, tenía como una “intuición o un mal presentimiento” por el estado del tiempo, el viento y el cielo, y decidió no abrir por la tarde. A mediodía avisó a una empleada que suele ir andando desde Picaña y le dijo que no fuera a trabajar, que no iba a abrir. Eso les salvó la vida a las dos, dice Sirvent convencida.

Su hija Míriam cumplía 17 años el día de la DANA. El agua no llegó a entrar en su vivienda por los pelos. Alarmada por la situación y con la ayuda de vecinos, subió a sus padres a la casa de otra vecina en el tercero y allí pasaron la noche. La tromba arrasó totalmente su local, situado en un bajo, en una calle peatonal de Paiporta situada junto al barranco. No podrá ver cómo la heladería cumple sus bodas de oro, que iban a ser en 2025 y que esperaba con ilusión. Ha hecho el papeleo con el seguro, pero ha renunciado a tramitar las ayudas porque las cantidades planteadas por ahora apenas alcanzan los 10.000 euros, cuando según sus cálculos necesitaría al menos 100.000 para poder reconstruir la heladería y volver a abrir.

“Cada día te levantas y ves lo mismo”, cuenta con pesar Sirvent. No obstante, y a pesar del panorama inmovilista en lo material, vislumbra algunos avances en su vida. El lunes comienza a trabajar en una empresa de salazones de Paiporta que también resultó afectada en una de sus naves, pero que, para la reconstrucción del pueblo, está dando trabajo a otros vecinos como ella. El barro y la solidaridad han cubierto toda Valencia a partes iguales.

La heladería destrozada por la DANA