Tren

Madrid

Hoy podíamos haber buceado en el universo de los acrónimos, porque en el mundo ferroviario los hay para parar un tren: Renfe, Talgo, Ter, Adif, Ave... Pero teniendo tren, para qué dar más vueltas. El primer tren español se construyó en Cuba, entonces provincia española, en 1837. Once años más tarde se abrió la línea Barcelona-Mataró y un poquito más tardó el tren en llegar al diccionario. Fue en 1869, con una descripción muy precisa: “Serie de carruajes enlazados que a impulso del vapor, de la fuerza animal o de un motor a propósito conduce personas o mercancías por los caminos de hierro”.

La palabra tren nos llegó de Francia, que se había adelantado a nosotros en este negocio. También el concepto "caminos de hierro" que enseguida se tradujo por ferrocarril, palabra que entró ese mismo año, en 1869, pero para nombrar la vía por la que circula el tren. Más tarde, por el camino de la sinecdoque, el ferrocarril pasó a nombrar también el tren que circula por el ferrocarril. Y a partir de ahí, la familia creció. En 1899, llegó la palabra ferroviario para nombrar, primero, cualquier cosa referida a las vías férreas. En 1925 la palabra ya nombraba, según el diccionario, al empleado del ferrocarril, con una variante americana, ferrocarrilero, usada en Argentina, Colombia y Ecuador.

El tren, como la radio en su día, fueron realidades revolucionarias que se fueron popularizando y colándose en nuestra lengua coloquial. Por eso, "ir a todo tren" es hacer algo muy deprisa; "vivir a todo tren" es hacerlo sin reparar en gastos; si hay cosas en gran abundancia, sea comida en Navidad o pruebas contra un delincuente, diremos que las hay "para parar un tren"; aprovechar una oportunidad o no hacerlo es coger un tren o perderlo, y cuando ya no cabe esperanza es que "has perdido el último tren". Y una cosa más, si uno es muy atractivo, Francino, que te voy a contar que no sepamos: uno "está como para parar un tren".