Yo creo que después del Niño Jesús, el cuñado es el personaje más citado en estas fechas. Casi siempre, en tono «fespectivo», podríamos decir, entre festivo y despectivo. Los cuñados de cada cual vienen de donde vienen, pero la palabra, como otras muchas, nos llegó del latín cognatus, pronunciado «coñatus», que suena a lo que suena. En Roma nombraba a cualquier pariente consanguíneo y así llegó al castellano hace diez siglos. En el primer diccionario académico también se recogía esa definición, pero ya se especificaba que la palabra nombraba específicamente a los hermanos de la mujer o al marido o a la mujer o marido de nuestros hermanos. Aunque en muchos países de América se usa para referirse afectivamente a los buenos amigos, en España la consideración del cuñado es diferente. En el siglo XX el cuñadismo pasó a ser sinónimo de amiguismo, de nepotismo, quizás por los favores que hacía el cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, conocido popularmente como «el cuñadísimo». Y ya entrados en este siglo es cuando cuñado, o mejor, «cuñao», tomó el relevo de la suegra para nombrar al pariente más vilipendiado. Y el cuñadismo pasó a definir la actitud del pesado o de quien habla de cualquier cosa sin tener ni idea de lo que habla. ¿Y cómo se produjo esta evolución? Pues quizás los derechos de autor los tengan los miembros de Muchachada Nui que en un sketch interpretado por Ernesto Sevilla se metían con un cuñado insoportable y sabelotodo. En todo caso, conviene recordar que meterse con los cuñados en general es un claro ejemplo de cuñadismo. Porque uno, aunque tenga abuelos, padres, tíos, puede no ser ninguna de las tres cosas. Pero si uno tiene cuñados, evidentemente, es que uno es un cuñado.