Gripe

Seguramente la gripe es tan antigua como el ser humano, pero fue Hipócrates, hace 2.500 años, quien describió sus síntomas. El nombre llegó después y hubo varias propuestas. En el siglo XVI una epidemia documentada en América fue bautizada como «pestilencia catarral». Unos años más tarde se extendió una pandemia mundial a la que los italianos llamaron influenza, porque interpretaron que el brote se produjo por influencia de una serie de fenómenos astrales previos a la enfermedad. Aunque la denominación que nosotros usamos nos llegó del francés (grippe) a partir de una palabra germana grupi, que significaba acurrucarse, que es lo que nos sucede cuando enfebrecemos. La palabra llegó al diccionario español en 1899, el mismo año que entró el coloquial trancazo, que no es una modernidad. Seguramente un hablante anónimo identificó el malestar gripal con el que se siente cuanto te pegan con una tranca. En muchos países americanos llaman gripa a la gripe. Y a partir de ahí han creado dos verbos, agriparse y engriparse, que no hay que confundir con griparse, que es lo que les sucede a los motores cuando sus piezas se agarrotan. A este lado del Atlántico, cuando nos llega el mal decimos, sencillamente, que tenemos gripe. Y me voy a poner «concostrino» para recordar, Nieves ya lo hizo, que la gripe española que afectó a 500 millones de personas entre 1918 y 1920 nos tocó, pero no se originó aquí. Lo que pasó es que la información sobre la pandemia no se censuró en nuestro país como sucedió en otros involucrados en la Primera Guerra Mundial. Pero el nombre fake se extendió a la velocidad del brote devastador.