La bolsa de gimnasia

Barcelona

En el colegio, me gustaba más la gimnasia que el deporte, porque no había que competir todo el rato. Se trataba, más que nada, de saltar en pantalones cortos. Entonces, el único que tenía chándal era el profe. Al chándal le pasó como a los libros de Borges, que entró en el jardín de senderos que se bifurcan. Hay un chándal de hombre rico y un chándal de hombre pobre. El chándal de hombre pobre fue muy popular durante los años ochenta, en los barrios. Lo llevaba la gente que había perdido en su carrera. Habían corrido mucho, pero el chándal ya no lo llevaban para correr, sino para esperar. Por otro lado, el chándal de hombre rico vino más tarde, y solo fue la parte de arriba. Hoy día, la chaqueta del chándal es una prenda para intelectuales. En clase de gimnasia, se competía, más que nada, cuando hacíamos carreras. Ganaba quien llegaba el primero, claro; pero eso no era ganar, eso era llegar antes. Normal, porque en algún momento se tiene que llegar. En la vida, hay mucha gente que llega antes; pero también hay gente que llega después. La vida es un sitio donde no para de llegar gente. Los trenes de cercanías se diferencian de la vida en que no llegan. Con las carreras de cinco kilómetros, a uno también se le olvidaba que tenía que llegar. En esto, las carreras de fondo se parecían mucho al trabajo, pues tenías que estar dando vueltas hasta que no podías más. En la carreras largas, el profe de gimnasia, don Felipe, era como León Tolstoi. Aunque se quedaba fuera, no dejábamos de notar su presencia. Sin embargo, cuando ponía el potro, el profe de gimnasia se convertía en Dostovieski. Daba tanto miedo él como su invento. La primera bolsa de gimnasia que tuve la acabó llevando mi padre a la fábrica, con la ropa y el bocadillo. Así nació la cultura.