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¿Por qué comemos sin hambre?

Raquel Mascaraque, periodista especializada en psicología emocional, nos cuenta cómo actúa nuestro cerebro cuando comemos

¿Por qué comemos sin hambre?

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Los españoles somos muy de socializar a través de la comida y de la bebida. Quedamos para tomar el aperitivo, nos juntamos con la escusa de ir a comer tapas, hacemos rutas de pinchos... Podría decirse que la mayoría de veces comemos por costumbre.

Pues resulta que nuestro cerebro tiene un papel enorme en todo eso. No solo hay una parte que se encargue de decir “tengo hambre” o “ya estoy lleno”, sino que en realidad hay muchas áreas trabajando a la vez.

El hipotálamo, por ejemplo, es como el jefe de logística. Registra si tenemos hambre o si estamos saciados, y produce un tipo de hormonas (grelinas) para decirnos “eh oye, que toca comer, que no tengo energía” y otro tipo de hormonas (leptinas) para decir “oye mira, yo ya tengo la energía suficiente y no necesito más”.

Pero, aunque estemos saciados, de repente te viene un olor a pizza cuatro quesos y aparece en juego el sistema de recompensa, con la dopamina (que es una hormona que te da placer para que repitas una conducta), y te dice “ese brownie con helado de vainilla te va a hacer muy feliz", y te lo comes aunque no tengas hambre.

De hecho, una de las frases más comunes que tenemos los españoles es “siempre queda hueco para el postre”. Como si por cambiar de salado a dulce reseteásemos el estómago. Sabes que no lo necesitas, pero lo quieres.

En muchas otras ocasiones comemos por aburrimiento o porque estamos tristes, como en las escenas míticas de series en las que el mal de amor se cura con helado. Pues la amígdala (un área encargada de gestionar emociones) también tiene que ver en todo este proceso. Cuando estamos tristes, tenemos ansiedad, nos sentimos estresados... muchas veces buscamos consuelo en la comida. Pero es curioso que ahí no aparece el brócoli para consolarnos. Aparece el helado, el chocolate, las patatas fritas… lo que sea que te abrace desde dentro.

Esto tiene mucho que ver con cómo nos han educado, porque que la comida nos consuela es algo que aprendemos desde pequeños: cuando te decía tu madre “le he echado el ingrediente secreto: amor”, o invitamos a cenar a alguien como gesto bonito o le cedemos la última croqueta a alguien. Eso sí que es amor.

Pero algo que sí que nos marca de pequeños es el típico “si te portas bien, te doy una chuche” o el “cómete todo o no hay postre”. Y así, vamos aprendiendo y terminamos asociando la comida con un premio, como consuelo o como un gesto de amor.

Al final, comer no es solo llenar el estómago. Es una mezcla de necesidades fisiológicas, emociones, costumbres y relaciones. Y no se trata de culparse, sino de observar. ¿Por qué como cuando no tengo hambre? ¿Qué estoy buscando realmente? Un sabor, saciar el hambre o una emoción.

Quizá si aprendemos a escuchar lo que hay detrás del hambre, podamos comer con más calma y tener una mejor relación con la comida.

 

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