El arte de no depender de los demás
En una ópera en medio del desierto, Francesc Miralles descubre la fascinante historia de Marta Becket

El arte de no depender de los demás
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
El Amargosa Hotel, inmortalizado por David Lynch en Carretera perdida, abrió en la década de 1920 para alojar a los 350 obreros de las minas de bórax. Con el tiempo, llegaron a tener un teatro de ópera y todo. Cuando se abandonó la minería en la década de 1930, sin embargo, en Death Valley Junction, donde se encuentra el establecimiento, pasaron a vivir solo 4 personas, como hoy. El hotel y su teatro quedaron abandonados.
En 1967, la bailarina Marta Becket, que había actuado en grandes salas de Nueva York, recaló en el lugar por accidente cuando su marido pinchó una rueda. Al ver la ópera vacía, sintió que había encontrado el lugar de su vida.
Becket alquiló la propiedad y se estableció allí. Durante años, dio una función cada tarde para 120 butacas vacías. Como mucho, a sus espectáculos asistían los fantasmas del lugar.
En 1970, un periodista de National Geographic que iba de paso por el Valle de la Muerte, descubrió que la diva llevaba tres años dando una gala diaria sin público. Al publicar un reportaje sobre ella, más otro que le siguió en la revista Life, el Amargosa Opera House empezó a atraer curiosos de todas partes del mundo, incluyendo personajes como Ray Bradbury.
Becket siguió actuando, ahora para un público variopinto, hasta el 2010. Los últimos años lo hacía sentada y lo llamaba "The Sitting Down Show" (el espectáculo de los sentados), donde hablaba de su vida. La bailarina murió en su hotel con ópera en medio del desierto a los 92 años.
Pero Becket no ha sido la única en sacarse las castañas del fuego. Otro personaje solitario, acostumbrado a trabajar para sí mismo, fue el letón Edward Leedskalnin, que entre 1923 y 1951 construyó en Florida el Castillo de Coral sin ayuda de nadie.
En España, Serafín Villarán construyó durante 20 años un castillo en Cebolleros, Burgos, un pueblo de 22 habitantes. Lo mejor de todo es que no era ni ingeniero ni albañil. Fue aprendiendo sobre la marcha hasta construir su castillo con 550 toneladas de piedras que extrajo del río. Serafín murió de forma súbita a los 63 años, sin completar el proyecto, pero su viuda y una pareja amiga dedicaron 14 veranos más a completar el quinto y sexto piso del castillo, hoy terminado.
Analizando estas historias admirables, Francesc Miralles extrae cuatro enseñanzas vitales. Para empezar, que si se tiene un sueño, por loco que sea, hay que ponerse a ello con o sin ayuda de nadie. También queda claro que no existen las barreras para esos "locos" que están dispuestos a invertir su vida en un propósito determinado. Y es que si se espera a la validación ajena, los sueños se desvanecen, porque hay cosas que se deben hacer por uno mismo, ya que nadie más puede entenderlas.




