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Las excusas, el octavo arte

Raquel Mascaraque nos revela lo útil que puede ser la creatividad a la hora de poner excusas, pero siempre en su justa medida

Excusas

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Nos volvemos personas muy creativas cuando nos tenemos que convencer de algo que no queremos hacer. Para no ir al gimnasio, por ejemplo, o cuando llevamos tres días sin contestar a una llamada.

Lo malo es que no nos inventamos esas excusas así sin más, por pereza o algo similar. Las excusas son una obra maestra de nuestro cerebro, por tres motivos principales: el ahorro de energía, la recompensa y la coherencia emocional.

El principal objetivo del cerebro es ahorrar energía. Si tiene que hacer algo que le coma recursos, como llamar, pensar o tomar decisiones importantes, va a intentar evitar hacerlo a toda costa. De la misma manera, estamos diseñados para buscar el placer inmediato (recompensa) y evitar el dolor. Vamos, que el sofá gana a gimnasio, mirar las redes sociales gana a estudiar, una hamburguesa gana a la coliflor... si uno no pone de su parte.

En el caso de la coherencia emocional, entra en juego un término que se llama disonancia cognitiva. Surge cuando sabemos que tenemos que hacer algo, pero no lo hacemos. Eso nos genera incomodidad, y hace que nuestro cerebro busque un placer inmediato: poner una brillante excusa que justifique por qué no lo hemos hecho. “No he devuelto la llamada porque no quería molestar”, o “no he hecho el trabajo porque sé que mañana voy a estar más inspirada”. Listo, ahorro de energía solucionado.

De alguna manera, las excusas podrían considerarse un arte. No son solo funcionales, sino que tiene que haber mucha creatividad para que a nuestro cerebro le valgan. A medida que nos vamos conociendo, sabemos que algunas excusas no cuelan, y nuestro cerebro prefiere gastar recursos en inventarse una buena excusa, que en hacer lo que tenemos que hacer. Al final, se puede decir que las excusas son un mecanismo de defensa para evitar la culpa, el miedo, el rechazo o la vergüenza.

El problema de las excusas es cuando no las utilizamos para sobrevivir, sino para procrastinar. Porque si todas las semanas tenemos un motivo buenísimo para no ir al gimnasio, dejamos de ir. Ese es el lado malo de las excusas, que a corto plazo no son malas. Si no vamos al gimnasio un día y "no pasa nada", nuestro cerebro ve que no hay un efecto negativo —a corto plazo—, y la semana siguiente inventará cualquier otra excusa maravillosa para seguir procrastinando. Es ahí cuando el cerebro nos está saboteando.

Por eso, hay que escuchar y analizar nuestras excusas, reírnos incluso de ellas. Pero no hay que dejar que tomen decisiones importantes por nosotros, porque sino acabaremos viviendo en un “ya si eso lo hago luego…”.

 

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