¿Por qué decimos 'sí quiero'?
La temporada de bodas ya está aquí, y Raquel Mascaraque nos explica qué sentido tiene este fenómeno para nuestro cerebro

¿Por qué decimos 'sí quiero'?
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Hasta el menos romántico derrama alguna lágrima durante los discursos en las bodas. Pero, ¿por qué lloramos en las bodas? Por lo general, llorar suele generar rechazo, ya que casi siempre lo asociamos con situaciones que nos hacen sentir mal. Por eso creemos que una vida sin tristeza es la clave de la felicidad, aunque ignoramos que no existe una emoción sin la otra. Es más, a menudo se complementan. Como cuando escogemos una película que nos va a hacer llorar a moco tendido, pero que nos encanta. O cuando lloramos de alegría en en los momentos más felices de nuestra vida.
Para muchos, el día más feliz que recuerdan es el de su boda. Aunque también hay quienes tienen claro que no quieren casarse, por mucho que valoren sus relaciones de la misma manera. Entonces, ¿por qué se casa la gente?
Puede haber muchos motivos diferentes, pero algo común en todas las bodas es que al cerebro le encantan los rituales. Sirven para reducir la incertidumbre y ordenar el caos, nos dan calma y una estructura. El "sí quiero" es una manera de decir "ya no me tengo que preocupar nunca más por encontrar pareja" —cosa que le preocupa bastante al cerebro, a nivel evolutivo, aunque luego no queramos tener hijos—. Aunque luego te divorcies; eso ya será un problema del futuro.
Al casarnos activamos el sistema de recompensa, para que nos de placer y queramos realizar esa conducta. Lo típico de "de una boda sale otra boda". Pero, entonces, ¿nos casamos por amor o por un guion cultural? El contexto tiene muchísimo que ver, como en todo. En la sociedad que vivimos, tenemos un guion muy bien establecido: tienes pareja, te vas a vivir con ella, te compras una casa, te casas, tienes hijos. Y parece que si no sigues algún paso, algo falla en ti. Por eso hay mucha gente que se casa y luego se divorcia, porque "es lo que tocaba en su momento".
Hay un término para esto que se conoce como el "efecto IKEA emocional": cuánto más tiempo pasamos construyendo algo, mayor apego y valor le damos, aunque salga algo torcido.
Se podría decir que una boda es un símbolo, porque va mucho más allá de una fiesta o una firma. Es una manera de asegurar el sentimiento de pertenencia, como gritarle al mundo "he elegido y me han elegido". Antes los casamientos tenían un propósito, ya que con los regalos se solía dar la entrada a una casa. Ahora, da lo justito para pagar la boda.
Un estudio estadounidense descubrió que cuanto más cara era la boda, mayor era la probabilidad de divorcio. Por ejemplo, las parejas que gastaron más de 20 mil dólares, tenían un 60% más de probabilidad de divorcio que las que gastaron entre 5 mil y 10 mil. Y, sin embargo, las bodas más sencillas de mil dólares —que eran una comida con familiares y punto—, estaban asociadas a mayor duración. Y lo mismo con el anillo de compromiso: cuánto más barato, mayor era el compromiso.
Puede haber varios motivos que justifiquen esto. La presión financiera puede ser uno de ellos, porque endeudarse para una boda genera mucho estrés, y eso puede deteriorar la relación. Por otro lado, las bodas muy pomposas pueden reflejar más una necesidad de validación social o estatus, que un compromiso emocional profundo. Cuando el ritual se convierte en espectáculo, se pierde la función psicológica más profunda —pertenencia, conexión, sentido compartido—.