La historia detrás del ritual de los alfileres para quedarse embarazada
Muchos rituales se mantienen vigentes hoy en día, a pesar de carecer de una base lógica
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Madrid
A lo largo de la historia, el ser humano ha creado cientos de rituales para afrontar problemas o alcanzar deseos comunes. Desde colgar una rama de olivo en la puerta del hogar para ahuyentar los males, atraer la buena energía y fortalecer la fe familiar, hasta pedirle a San Cucufato que nos ayude a encontrar un objeto perdido haciendo un nudo en un pañuelo, existen tradiciones para casi cualquier cosa. Algunas de ellas, incluso, resultan extremadamente curiosas.
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En SER Historia, Jesús Callejo ha sacado el Cronovisor para explicar uno de esos rituales, cuanto menos sorprendentes, relacionado con el deseo de encontrar pareja y con la fertilidad: los alfileres de San Antonio de Padua.
Esta antigua tradición nace en el Santuario de Urkiola, dedicado a los santos Antonio Abad y Antonio de Padua, ubicado en el municipio de Abadiño, en Vizcaya. Según cuenta Callejo, el 29 de noviembre se colocó en ese lugar una piedra a la que se le atribuyeron propiedades taumatúrgicas, es decir, se creía que podía obrar milagros.
Con el tiempo, se extendió la creencia de que quienes buscaran el amor podían rodear esa piedra un número impar de veces para que se les concediera el deseo. Incluso se decía que podía curar enfermedades. Todo ello porque se pensaba que la piedra era un meteorito, y por tanto al caer del cielo, algo sagrado.
“Surgió la superstición de que a esta roca había que darle vueltas, siempre un número impar, para encontrar pareja”, explicaba Callejo. También advertía que, si las vueltas se daban en sentido contrario a las agujas del reloj, el resultado sería la pérdida de la pareja actual.
El poder de las tradiciones
Aunque hoy se sabe que la piedra no es un meteorito, sino un conjunto de rocas comunes, la tradición sigue viva. De hecho, ha dado lugar a rituales derivados, como el de los alfileres.
“La tradición consistía en clavar alfileres en un lienzo que se encontraba en la sacristía. Si los alfileres eran de cabeza blanca, el futuro novio o novia sería rubio; si eran negros, tendría el cabello moreno”, señalaba Callejo. E insistía en que, más allá de su efectividad, estas prácticas siguen realizándose porque forman parte del imaginario colectivo y de la necesidad humana de creer.
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