La inteligencia artificial está cambiando nuestro cerebro

Una nueva investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts ha analizado cómo el ChatGPT está cambiando nuestro cerebro y forma de pensar. Es un estudio que todavía está en fase de prepublicación. Es decir, todavía no la han revisado expertos independientes para ver que la metodología es rigurosa, que los análisis están bien hechos y que hay conclusiones razonables. Pero los resultados han sido tan curiosos que merece la pena hablar de ello.

Cada vez hay más gente que se fía más de lo que les cuenta la IA que de otra persona. La inteligencia artificial contesta siempre: se sepa la respuesta o no. Si no se la sabe, se la inventa, y te responde de tal manera que ni te das cuenta. Es tan complaciente que te dice todo lo que quieres escuchar y, si no verificas la información, te la puede colar doblada. No te puedes fiar de todo lo que te dice: hay que pedirle que sea crítica, que no de información si no está contrastada, que informe sobre las fuentes...

Al final, la inteligencia artificial no tiene emociones ni valores, pero actúa y escribe como si los tuviese. Eso nos hace confiar ciegamente en lo que nos cuenta y no cuestionar nada de lo que nos dice. Y esto puede tener consecuencias enormes. Hay muchísimos jóvenes, por ejemplo, que dicen que confían más en la IA que en un psicólogo y que no necesitan terapia porque ya hablan con su chat.

Aunque puede ofrecer información muy valiosa y explicar teorías psicológicas, no va a cuestionar ni guiar una conversación para captar procesos emocionales complejos. Va a simular empatía, no sentirla. No interpreta las señales del cuerpo, ni va a poder sostenerte si lo que te dice te genera un ataque de pánico.

El estudio del MIT diseñó un experimento con 54 personas. Se les pidió que escribieran ensayos sobre temas sociales para medirles la actividad de 32 regiones del cerebro con un electroencefalograma. Se hicieron tres grupos: los primeros usaban ChatGPT para crear sus artículos, los segundos podían buscar información en un buscador y los terceros solo tenían su creatividad y conocimiento.

Quienes usaron Chat GPT tenían menos actividad cerebral, menor conexión entre regiones del cerebro y menos ondas alfa y beta. Es decir: menos implicación cognitiva. Además, recordaban peor lo que habían escrito y eran menos creativos. Sentían menos propio el texto que escribían, por lo que no se sentían orgullosos de él.

Los investigadores lo han definido como "pereza metacognitiva". Cuanto más usas la IA, menos piensas por ti mismo. Incluso cuando dejaban de usar la IA, el cerebro de los del primer grupo no volvía del todo a la normalidad. En cambio, quienes empezaban escribiendo sin ayuda artificial y la integraban más tarde como apoyo, sí que mostraban más actividad. Esto sugiere que dejar de hacer las cosas por nuestra cuenta de forma constante podría tener consecuencias, lo que los investigadores llaman "deuda cognitiva".

Tenemos que aprender a utilizar estas herramientas para potenciar, no para sustituir. Para pensar mejor, no para pensar menos. Tenemos que mantener nuestro pensamiento crítico y cuestionar todo lo que nos dice la IA: pedirle que sea crítica, que no proporcione información si no está contrastada, que comparta las fuentes... La inteligencia artificial está aquí para quedarse y vetar su uso no ayudará a que nos formemos para usarla bien: como herramienta, no como bote salvavidas.