La ciudad del futuro estará en Arganda del Rey

Madrid

En un paraje árido y desangelado a las afueras de Madrid se encuentra un espacio singular: un circuito de coches, un área de cultivo, un invernadero, casas inteligentes y un edificio en el que grupos de científicos investigan y desarrollan prototipos de robots que ayuden a las personas en diversos aspectos de su vida. Entramos en un parque de atracciones.

Cristina Bayón nos muestra los exoesqueletos con los que trabajan en su departamento y que asisten al movimiento de personas con movilidad reducida. Por el momento se utiliza en hospitales, para que fuera funcional en la vida cotidiana debería desarrollarlo una empresa con más medios. En la misma sala otro grupo busca “gamificar”, hacer más divertida, una rehabilitación pedaleando. Y otro equipo estudia la forma de caminar de Juanjo con unos sensores en los pies.

Tras las pruebas físicas pasamos a medirnos mentalmente. En el departamento de Lola investigan la relación del cerebro con la flora intestinal y cómo sustituir el ordenador que mueve los exoesqueletos por el propio cerebro. Juanjo echa un pulso mental con Cristina y gana sin mucho esfuerzo (y alguna trampa). Son las reservas cognitivas, más importantes de lo que imaginamos.

Máquinas que miden el estrés del trabajador, coches autónomos, robots recolectores y detectores de plagas… En dos o tres años la idea es conjugar todos estos trabajos en uno: una ciudad del futuro en la que convivan humanos y máquinas. El experimento estará enfocado a averiguar cómo esta relación podrá afectar nuestra percepción, habilidades y relaciones sociales de aquí a cien años. ¿Para qué serviremos? Y lo más inquietante ¿Habrá un momento en que la máquina decida que ya no la desconectan más?