Si amanece nos vamos
Sociedad

¿Falta mucho?

Seguimos analizando la percepción del tiempo con Raquel Mascaraque, que nos explica cómo funciona el reloj interno de los niños y porqué todo dura más en la infancia

¿Falta mucho?

La semana pasada hablábamos sobre cómo parece que el tiempo pasa más lento cuando tienes un accidente o un evento que tenga mucha carga emocional para ti. A raíz de aquello, surgió otro asunto: cuando eres niño el tiempo también pasa más lento. Los veranos, en particular, parecen eternos en la infancia y ahora, de adultos, parpadeas y ya estás en Navidad. O los viajes en coche que de pequeños se hacían, con el clásico "¿falta mucho?".

Detrás de todo esto, hay ciencia. De la misma manera que en un accidente nuestro cerebro coge muchísimo más detalle para así poder reaccionar mejor a la siguiente, cuando somos niños pasa algo parecido. En la infancia tenemos millones de "primeras veces": primera vez en la playa, primera vez que montas en bici, primera vez que te castigan… Al enfrentarse a tanta novedad, nuestro cerebro guarda un montón de recuerdos y detalles. Entonces el cerebro, al enfrentarse a tanta novedad, guarda un montón de recuerdos y detalles. Eso hace que, al igual que en adultos con el accidente, parezca que todo dura mucho más.

La psicóloga Sylvie Droit-Volet hizo un estudio para medir el reloj interno de los niños. Mezcló a niños de de 5 y 8 años y a adultos, y les pidió a todos ellos que midiesen cuánto tiempo creían que duraban unos sonidos acompañados de clics. Les exponía sonidos cortos (clic, clic, clic) y sonidos largos (cliiiiiiiic, cliiiiiiiic, cliiiiiiiic), y luego combinaba ambos sonidos. Al mezclarlos, los adultos entendían los cambios de tiempo, pero los niños perdían la cuenta y ya no sabían si el tiempo iba rápido o lento.

Aunque el estudio de Droit-Volet tiene limitaciones —porque la muestra es pequeña y porque no se evaluó en el día a día, donde las emociones también tienen un papel muy importante al medir las cosas—, se quería demostrar que los niños tienen un reloj interno distinto.

Ellos viven el tiempo como algo mucho más elástico que nosotros. Su reloj interno a veces se adelanta, a veces se atrasa y, cuando suena muy rápido, se vuelve loco. Los adultos, en cambio, ya tenemos un reloj más parecido a un cronómetro suizo: preciso, estable y capaz de seguir el ritmo aunque todo se acelera. Cuando suena una canción, si la melodía es lenta, cualquiera puede seguir el ritmo dando palmas; pero, si la música se aligera, los niños se pierden enseguida y los adultos seguimos pillando el compás.

A medida que nos hacemos mayores, perdemos esa desaceleración del tiempo porque nuestras experiencias se van repitiendo día a día. A causa de la rutina la vida deja de sorprendernos y, aunque el tiempo no cambie, cambia cómo lo vive y lo recuerda nuestro cerebro.

Así que, si queremos parar un poco el tiempo, tenemos que volver a ser un poco niños: salir de la rutina, buscar experiencias nuevas, aprender cosas diferentes... Vamos, sorprendernos un poquito con la vida otra vez.