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El caso de Amanda Knox: parte II

El fiscal Félix Martín sigue estudiando este mediático caso y hoy se centra en la investigación judicial y policial

El caso de Amanda Knox: parte II

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Como os contábamos la semana pasada en Juzgado de Guardia, Amanda Knox pasó de ser una estudiante en el extranjero a convertirse en la "mujer fatal" en el caso del asesinato de Meredith Kercher. De ser la principal testigo, a principal sospechosa.

En gran parte, este cambio de relato lo propició el fiscal del caso, Giuliano Mignini. Éste no partía de pruebas para llegar a una conclusión, sino que al revés: forzaba las pruebas para que le guiasen a la conclusión previa que tenía. La convicción con la que Mignini presentaba su versión tiñó todo el juicio.

Amanda y Raffaele —su novio— se convirtieron en sospechosos por tres razones: su presencia en la escena del crimen, la hipótesis policial de que parecía un robo simulado —la ventana rota no cuadraba— y el comportamiento de Amanda. La joven parecía fría, y se interpretó como una falta de empatía que se besase con su pareja delante de la casa acordonada.

Pero es muy peligroso confundir una reacción emocional con la culpabilidad. Ante un suceso terrible operan múltiples factores —culturales, familiares, morales, personales— para la respuesta emocional de cada uno. No solo condicionan las vivencias del testigo, sino que también las del investigador que valora esas reacciones.

El 5 de noviembre Amanda fue citada como testigo. Pero, durante el interrogatorio, pasó de testigo a sospechosa. Estuvo horas sin abogado, con un intérprete no-profesional, agotada y acabó firmando una declaración —en un idioma que no era el suyo— incriminando falsamente a Patrick Lumumba, que era su jefe en el bar que trabajaba. Patrick fue detenido y pasó dos semanas en prisión siendo inocente, y esa falsa imputación se usó a posterior para fundamentar la capacidad de manipulación de Amanda.

En España, en cuanto alguien pasa de testigo a sospechoso, la policía está obligada a detener el interrogatorio y leerle sus derechos: a no declarar, a no declarar contra sí mismo y, sobre todo, a estar asistido por un abogado. Si no se cumple, cualquier declaración es nula de pleno derecho.

Incluso si alguien confiesa con abogado en comisaría, esa declaración tiene un valor muy limitado. Lo decisivo no es lo que se diga en la policía, sino lo que se ratifica ante el juez. Una confesión en comisaría solo sirve como orientación para la investigación, nunca como única base de condena. Es decir, las garantías no son un capricho, son una protección frente a errores o presiones.

En el caso de Amanda Knox, la confesión obtenida en aquel interrogatorio sin abogado marcó la investigación durante años. Utilizaron un error provocado por un interrogatorio irregular para reforzar la imagen de culpabilidad de Amanda. La investigación partió de una versión preconcebida: un crimen en un contexto de orgía y sexo. Y a partir de ahí se forzó todo lo demás.

Gracias a aquellas irregularidades, las dos pruebas forenses —a primera vista muy importantes— se derrumbarían en apelación por mala praxis y posible contaminación. La primera fue un cuchillo incautado en casa de Raffaele con ADN de Amanda en el mango y, supuestamente, el de Meredith en la hoja. La segunda: el broche del sujetador de Meredith, recogido 46 días después, con ADN de Raffaele.

Pero no fue el único que encontraron en la escena del crimen. En la habitación y en el cuerpo de Meredith apareció el ADN de Rudy Guede: un joven marfileño que frecuentaba la zona, con antecedentes menores. Fue detenido en Alemania y condenado en un procedimiento abreviado. Admitió haber estado allí, aunque negase ser el autor del crimen, y cumplió su condena casi en silencio, mientras el foco mediático seguía puesto en Amanda. Quien tenía pruebas sólidas en su contra pasó a segundo plano, porque el personaje de "Foxy Knoxy" vendía más que la realidad.

El mote nació en un equipo de fútbol en Seattle. Significaba "rápida como un zorro", pero la prensa británica y la italiana explotaron el doble sentido de foxy —sexy, insinuante, peligrosa—. Los tabloides ingleses la pintaban como una femme fatale y en la prensa italiana cada gesto de Amanda se interpretaba como una prueba de inmoralidad. Se llegó a publicar que Amanda se reconocía en ese apodo y que lo alardeaba como una marca de mujer seductora y libre, pero era mentira.

Mientras tanto, en Estados Unidos la visión era otra. Presentaban a Amanda como la chica americana atrapada en un sistema judicial extranjero injusto. Hubo campañas en universidades, manifestaciones en Seattle, senadores que pidieron garantías y, en 2011, Donald Trump llegó a pedir un boicot a Italia hasta que fuera liberada.

El caso se convirtió en un choque de modelos culturales. Aunque el periodismo serio hizo análisis rigurosos, la prensa sensacionalista contó un relato moralista que mezclaba orgías o rituales satánicos, y fue lo más leído. Amanda se convirtió en un personaje mundial, donde cada país proyectaba sus propios prejuicios: en Italia y Reino Unido, el relato moralista y sensacionalista; en Estados Unidos, la defensa de los derechos individuales; y en el resto del mundo, se importaron ambas cosas.

El caso de Amanda Knox fue tanto un juicio penal como un fenómeno mediático internacional. Y, entre tanto ruido, el tribunal no pudo juzgar con serenidad.

Cuántas preguntas abiertas para la semana que viene...

 

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