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Javier Arizcuren, el arquitecto que volvió a la viña para embotellar sus raíces

Identidad, cambio climático y emoción: las claves de un creador con apellido propio.

Cuando el vino cuenta historias: Arizcuren en primera persona

Cuando el vino cuenta historias: Arizcuren en primera persona

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"Nací aquí, crecí en estos viñedos, y tarde o temprano la tierra te llama", confiesa Javier Arizcuren, arquitecto y viticultor riojano, quien ha convertido la Sierra de Yerga, y en particular su pueblo Quel, en el corazón de un proyecto que lleva su propio apellido. "Si me lo hubiesen dicho, no sabía que esto iba a pasar. Mi padre me hizo esa llamada: 'Me estoy haciendo mayor, ¿qué vamos a hacer con todo esto?'. Y la respuesta fue sí", recuerda acerca de la decisión que lo trajo de vuelta a casa tras años dedicado a la arquitectura.

Arizcuren no oculta la admiración por su tierra: "La Sierra de Yerga es un anfiteatro natural, una especie de semicírculo orientado al norte. A sus pies tiene el valle del Ebro, al fondo las montañas cercanas a Pamplona y, si estiramos la vista, los Pirineos a casi 200 kilómetros. Es un paisaje admirable".

Ese paisaje es el mismo que le marcó desde muy pequeño. "Mi infancia se desarrolló en estos viñedos, con mi padre y mis abuelos, aunque luego me desvinculé ligeramente porque fui a estudiar arquitectura y mi vida profesional se movió por otros lugares", explica.

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El retorno no fue forzado, de hecho cuenta que si sus padres le hubiesen empujado a hacer esto con 18 o 20 años, quizás se hubiese rebelado. "Pero fui yo quien decidió volver", afirma. "Tuve que irme para volver, y en ese irte te enriqueces de conocimiento de otros mundos, llegas con más ideas y con más libertad". Su padre tampoco ha abandonado el proyecto, y a sus "sus 85 años sigue yendo a la viña".

Lanzarse a la viticultura no es fácil, y Arizcuren lo ve claro con la distancia del tiempo. "Yo no era del todo consciente de lo que implicaba el proyecto, tenía esa inconsciencia atrevida que a veces ayuda, porque si piensas demasiado en lo que hay detrás de cultivar, transformar, comercializar y vender, igual no das el paso. Eso si, bienvenido sea".

Arquitectura y vino, una doble mirada

La arquitectura nunca desapareció de su vida. "Me dedico a hacer vinos y eso me ha servido para diseñar bodegas". A raíz de crear su propia marca de vinos, su trabajo como arquitecto también ha evolucionado. "Cuando me encargan una bodega, noto que me miran de otra manera, que saben que tienen delante a alguien que entiende perfectamente lo que necesitan", asegura.

Sobre el eterno debate entre estética y funcionalidad, su postura es clara: "Si no hay funcionalidad, da igual la estética. Si no eres capaz de que funcione como un reloj suizo, da igual que sea bonito. Primero que funcione y luego que emocione".

Incluso logró unir ambos mundos de forma práctica. Arizcuren tiene la bodega en una calle central de Logroño. "Trasladé la bodega de elaboración al centro de una calle de Logroño donde tengo el despacho de arquitectura. Las dos comparten calle y esto simplifica mucho el día a día". Esta es la base donde llegan las uvas de las viñas, se fabrica y comercializa el producto final.

El reto de la vendimia

En plena campaña, Arizcuren relata cómo se afronta el momento clave del año. "No se puede marcar la vendimia en el calendario. Cada año es completamente nuevo, un libro en blanco que se escribe con el tiempo, las lluvias, las tormentas o las olas de calor. Tienes que estar atento, probando las uvas y viendo qué vinos podrás hacer con lo que tienes delante". Arizcuren afirma que decidir la fecha de la vendimia "es la decisión más importante".

Ha reconocido que este año va a ser muy duro. "La cosecha de este año va a ser corta, porque hemos tenido un año climatológicamente complicado. Ha sido un año en el que los agricultores hemos sufrido mucho", explica..

Cambio climático y mercados

El futuro le preocupa en dos frentes: "El cambio climático por un lado y los mercados por otro".

Sobre el primero, lo describe con franqueza: "Lo que antes era excepcional ahora es lo normal. Hay que asumirlo. Tenemos que cambiar formas de trabajar en el viñedo buscando la calidad por encima de la cantidad".

Y respecto a los mercados, mostró realismo: "No puedes pensar que tienes las cosas garantizadas, porque siempre llega un señor que cambia las reglas del juego y tienes que adaptarte. También te digo, no es el fin del mundo. Estados Unidos es un buen cliente y lo va a seguir siendo, aunque haya una piedra en el camino".

Identidad embotellada

Su proyecto se llama Arizcuren por convicción: "Cuando te implicas de esta manera, para bien y para mal le pones tu apellido. Estoy muy orgulloso de que el proyecto lleve el apellido de mi familia porque condensa el trabajo de mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y todos los viticultores de mi familia que cuidaron estas viñas antes que yo".

La identidad también está en la elección de variedades, explica Arizcuren. "En vez de trabajar con tempranillo, que es la más conocida, trabajo sobre todo con garnacha y mazuelo, que son las variedades tradicionales de mi zona. Eso es lo que te da autenticidad", cuenta.

El vino como emoción y viaje

La bodega no se entiende sin abrirse al exterior: "Estados Unidos es un cliente muy bueno, Europa es nuestro principal mercado y Asia se está sumando". Exportan a diferentes países, y Arizcuren confiesa que todavía le sigue sorprendiendo. "Tenemos un palé que sale para Vietnam, un país en el que no he estado nunca. Si me hubiesen dicho que exportaría allí, no lo hubiese creído".

Para Arizcuren, el vino no solo tiene que gustar: "Primero tiene que estar muy bueno, eso casi lo doy por hecho. Pero lo que marca la diferencia es la emoción, la identidad de tu trabajo y de tu tierra".

"Una botella te traslada a otro lugar, es la forma más barata de viajar. Te puede transportar mentalmente a otro sitio. Por eso me gusta beber vinos de otros lugares, y si puedes visitarlos, todavía mejor. Así entiendes el vino en su contexto", afirma.

Con esa mirada, el arquitecto y viticultor cierra el círculo: Quel, su familia y la Sierra de Yerga no son solo un origen, sino un destino. "Gustar y emocionar son dos conceptos que llevan a que un cliente decida comprar tu vino. Esa identidad, que en mi caso es mi pueblo y mi sierra, es lo que realmente marca la diferencia".

 

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