¿Sinceridad o sincericidio?

Todos hemos escuchado frases del estilo: "No te lo tomes a mal, pero…" o "Te lo digo con cariño, ¿eh?" o "Yo soy así, si no te gusta, ya sabes". Lo que se suele decir justo antes o después de estas frases casi siempre sería mejor habérselo callado. Y resulta que hay un término para este tipo de comportamiento: sincericidio.

Digamos que la sinceridad es como la sal en la comida. Sin ella, la comida está un poco sosa, pero si te pasas, te arruina el plato. Es la capacidad de vivir en base a tus valores y criterios de manera honesta, sin fingir ni tener segundas intenciones. Pero hay veces que la sinceridad se pasa de la raya y es ahí cuando entra en juego el sincericidio.

Aunque la RAE no recoja esta palabra, se utiliza para referirse a ese comportamiento habitual de la sociedad como "la sinceridad sin límites, incluso si esta hiere a la otra persona". Vamos, que te dan igual los sentimientos de la otra persona con tal de desahogarte.

Hay estudios que muestran que el sincericidio no es efectivo a la hora de comunicar algo. Cuando alguien te hace una crítica con hostilidad, no hace que cambies más rápido, al contrario: te pone a la defensiva y te aleja de esa persona. Es decir, que ser sincero extremo no garantiza que tu mensaje llegue, sino que logra justo lo contrario.

La verdadera diferencia entre la sinceridad y el sincericidio está en la forma que transmites tu verdad. No es lo mismo decir "a mí me gusta más cómo te queda la otra camisa", o "con esa camisa pareces la cortina del salón de mi abuela". Lo que marca la mayor diferencia es si lo decimos pensando en el otro, o sólo en nosotros mismos.

El novelista André Maurois decía que "ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa". Así que, la próxima vez que os den ganas de soltar alguna verdad como un jarro de agua fría, pensad primero si lo hacéis para aportar algo o sólo para desahogaros.