Juicio a la ONU
Naciones Unidas está viviendo una de las mayores crisis de su historia, y el fiscal Félix Martín analiza si ha perdido su razón de ser

Donald Trump ha insultado públicamente a la ONU, ha anunciado que Estados Unidos no pagará parte de sus cuotas y ha presentado un nuevo "plan de paz" para Oriente Medio sin contar con Naciones Unidas.
Mientras tanto, Rusia sigue ignorando sus resoluciones sobre Ucrania, Israel desobedece las llamadas al alto el fuego, y buena parte del planeta empieza a preguntarse si Naciones Unidas sirve todavía para algo.
Desde luego, no es la primera vez que la ONU vive una crisis. Pero quizá sí sea la más profunda: una crisis que no viene de fuera, sino de dentro, de las propias potencias que la fundaron.
Hablar de la ONU no es hablar solo de diplomacia, sino de la idea misma de convivencia mundial. Nació del horror de la guerra, pero también de la esperanza de que el diálogo pudiera sustituir a las bombas. La cuestión es si esa esperanza aún sigue viva. Y, por consecuente, si la ONU todavía sirve para algo o ha perdido su razón de ser.
Surgió en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, con una promesa: "Nunca más". Además del recuerdo de la guerra, hubo dos razones que ayudaron al nacimiento de la Organización: aprendimos del fracaso de la predecesora de la ONU —la Sociedad de Naciones— que fue incapaz de evitar la anterior guerra; y contamos con una figura excepcional como fue Eleanor Roosevelt —la viuda del presidente Roosevelt—.
Eleanor Roosevelt y los inicios de la ONU
Fue una intelectual y humanista que rompió el molde de su tiempo. Cuando su marido murió, muchos pensaron que se retiraría a la vida privada, pero aceptó representar a Estados Unidos en la nueva organización mundial.
Aunque se pensaba que su representación iba a ser simbólica, Eleanor demostró que no estaba dispuesta a ser una figura decorativa en un comité lleno de diplomáticos hombres —la mayoría reacios a escuchar a una mujer—. Presidió el comité que redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos, y se negó a que fuera un documento frío o técnico. "Si esto no protege a una niña en un pueblo perdido, entonces no sirve para nada", decía. Eleanor quería un texto que hablara de la vida real, del ser humano concreto. Pero no fue una idea al gusto de todos.
Los sectores más conservadores la detestaban y la acusaban de querer cambiar el orden del mundo. Columnistas la llamaban "la mujer que quería gobernar el planeta", pero Eleanor no quería gobernarlo: quería humanizarlo. Defendió que los derechos humanos no fueran solo políticos, sino también sociales y económicos. Conceptos que hoy parecen obvios, pero en 1948 eran pura revolución.
Eleanor Roosvelt presidió el comité que redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Logró que países enemigos —EE. UU., la URSS, China, el mundo árabe y América Latina— acordaran un texto común, sin votos en contra. Su discurso era que "los derechos humanos comienzan cerca de casa; si no significan nada ahí, tampoco significan nada en ninguna parte". Convirtió un documento jurídico en un manifiesto ético universal.
¿Cómo funciona la ONU?
La ONU se mantiene en pie con el dinero de los Estados miembros, y el presupuesto ordinario se calcula según la riqueza de cada país. Estados Unidos paga alrededor del 22% del total y casi un 25% de las operaciones de paz; por eso cuando EEUU no paga, la ONU se tambalea.
Su sede principal está en Nueva York, pero hay otras tres más que son esenciales. En Ginebra está la de derechos humanos, salud y refugiados. En Viena, la de energía atómica y crimen organizado. Y, en Nairobi, la de medio ambiente y desarrollo urbano.
Aunque a veces se presente a la ONU como una superpotencia, no puede declarar guerras. Solo el Consejo de Seguridad puede autorizar el uso de la fuerza para detener una agresión. Y, cuando lo hace, entran los cascos azules, los soldados de la paz que garantizan el alto el fuego.
Se mezclan tres figuras en Naciones Unidas. El Secretario General es el rostro de la ONU, una voz moral que no manda. La Asamblea General es el parlamento mundial formado por 193 países, un voto por igual. El Consejo de Seguridad es el único que puede imponer sanciones o autorizar el uso de la fuerza. El Secretario General aconseja, la Asamblea propone, y el Consejo ordena… cuando se le deja.
El tema más controvertido de la ONU es el veto. Lo tienen cinco países —Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido— y con un solo "no" pueden bloquear cualquier decisión del Consejo, aunque todos los demás estén a favor. Desde 1946, el veto se ha usado unas trescientas veces, más de la mitad por la URSS y Rusia. Estados Unidos lo ha usado unas 85, casi siempre para proteger a Israel. El resultado: guerras congeladas, resoluciones vetadas y frustración global.
Aún así, es una medida que no se puede eliminar, porque fue el precio que exigieron esas cinco potencias para aceptar la creación de Naciones Unidas. La paradoja: para reformar el veto, haría falta que ellos mismos lo aprobaran.
El enfrentamiento de Trump con la ONU
Si repasamos la relación entre Estados Unidos y la ONU de los últimos 45 años, entenderíamos muchas cosas de la actualidad. Durante las presidencias de Ronald Reagan y Bush padre, Estados Unidos retuvo parte de sus aportaciones como protesta por lo que consideraba un "sesgo antiestadounidense" y "antiisraelí" dentro de la ONU.
Los motivos alegados fueron las críticas a Israel en resoluciones del Consejo de Seguridad, el exceso de burocracia y despilfarro administrativo, y el rechazo a políticas de desarme y medio ambiente que no compartían. Los mismos que ahora.
A mediados de los 90, Estados Unidos llegó a deber más de mil millones de dólares, lo que puso en riesgo la solvencia de la organización. Bill Clinton y el senador Jesse Helms pactaron después una ley que permitió pagar parte de la deuda a cambio de reformas administrativas en la ONU.
El siguiente recorte se produjo bajo la presidencia de Bush hijo, a principios de los 2000. Coincidió con las fechas en las que la ONU se negó a avalar la invasión de Irak. Casualmente, o no, después de esto, Washington bloqueó contribuciones voluntarias a algunos organismos. Estados Unidos continuó pagando, pero con retrasos y con fuertes recortes en programas específicos.
En la primera presidencia de Trump en 2016, fue mucho más allá. Por un lado, congeló fondos para programas de derechos humanos y para la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Por otro lado, redujo drásticamente las aportaciones al Consejo de Derechos Humanos, a la Organización Mundial de la Salud y a programas climáticos. Y en 2020, en plena pandemia, anunció la retirada de Estados Unidos de la OMS, dejando de pagar su contribución —más de 400 millones de dólares anuales—.
En Estados Unidos, el discurso de Trump cala porque el presidente ha cogido con fuerza una bandera muy antigua: la del unilateralismo. Los republicanos creen que la ONU limita la soberanía del país, y los demócratas creen que el multilateralismo es la única forma de sobrevivir en un mundo interdependiente. Washington mantiene la postura de usar su financiación como instrumento de presión política, especialmente en temas de Israel, Palestina o el Tribunal Penal Internacional. Trump no ha inventado el desprecio a la ONU, pero lo ha convertido en espectáculo. Y el espectáculo gusta.
En Europa, también hay voces —y no pocas— que coinciden con Trump en ver a la ONU como una institución lenta, burocrática e ineficaz. Muchos gobiernos europeos están cansados de la parálisis del Consejo de Seguridad, de su incapacidad para actuar en Ucrania o Gaza, o de la presencia de dictaduras en la Asamblea General votando sobre derechos humanos. Otros, más populistas, simplemente desconfían del multilateralismo porque prefieren el control nacional y detestan las normas internacionales que les ponen límites.




