Los datos que desmontan la falacia de la meritocracia: "Las desigualdades en la cuna, son la cuna de todas las desigualdades"

Nos han repetido que el esfuerzo siempre tiene recompensa, que quien trabaja duro llega lejos. Sin embargo, la realidad demuestra que la llamada meritocracia es, en muchos casos, una ilusión cómoda: un relato que justifica las desigualdades y oculta los privilegios. En un mundo donde el punto de partida sigue marcando el destino, el mérito no siempre basta.

"En todas las sociedades existen desigualdades, pero lo importante es entender en qué medida la gente las acepta como de justas", dice el politólogo Pablo Simón en Hora 25. Antes de las revoluciones liberales, se entendía que esta desigualdad era algo que venía dado en función de dónde se nacía, asignándote por legitimación divina un lugar en la sociedad estamental. Por lo tanto, uno no se planteaba la posibilidad de poder cambiar la posición social.

Con la llegada de las revoluciones liberales, la Ilustración, el sistema parlamentario y el capitalismo, se creó un nuevo paradigma. A la hora de buscar una manera de legitimar esas desigualdades, ya en el siglo XX se llegó a la idea del mérito como forma de cualificar para ocupar una u otra posición social. Todo se rige por la ecuación: éxito = talento + esfuerzo. Pero, con matices.

El primer elemento de la ecuación, el talento, es el primero que podemos llevar a debate. "¿Qué consideramos valioso y qué no como sociedad? ¿Por qué hemos decidido que saber ser bróker en bolsa tiene que estar mejor remunerado y mejor pagado que, por ejemplo, el cuidado de los ancianos?", cuestiona Simón. Pero el talento, en muchos casos, no llegan por naturaleza, sino que se trabajan. "Para tú ser un gran violinista tienes que tener acceso a un violín, y ahí es donde comienza las desigualdades, en origen. Las desigualdades en la cuna, son la cuna de todas las desigualdades", añade.

A esto se suma el ambiente del hogar en el que nos criamos, que en gran medida influencia las expectativas de futuro que nos hacemos. Esto muestra que a día de hoy, las desigualdades son cada vez más sutiles. "La manera de triunfar de forma más descarnada es atreverse, persistir y exhibirse, y estos elementos no son independientes del hogar en el que tú has nacido. La gente de hogares más humildes tiende a tener autoestima más baja y a ser más tímida. Esto te supone una cortapisa en el desarrollo vital."

El segundo elemento clave es el esfuerzo, que ya, en su esencia, es subjetivo, pues difícil de establecer un sistema justo de medición del esfuerzo. Pero, además, señala Pablo Simón, entra en juego otra variable: "¿Cuántas tiradas tienes tú en la vida? Una persona de un entorno humilde no se puede permitir suspender asignaturas durante la carrera porque sus padres no se pueden permitir pagarle extraescolares o mandarle a una universidad privada. Uno de un hogar acomodado, sí. Por lo tanto, aquí también hay una cuestión fundamental de que el esfuerzo no tiene siempre la misma traducción en recompensa, ni tampoco es algo que sea ajeno al entorno."