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¿Es el cotilleo un sistema de supervivencia?

Aunque ser chismoso esté mal visto, Raquel Mascaraque nos explica por y para qué lo hacemos

¿Es el cotilleo un sistema de supervivencia?

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Todo el mundo cotillea, aunque lo neguemos. Los rumores, las confidencias y los "¿te has enterado de lo de…?" forman parte de nuestro instinto de supervivencia.

Somos animales sociales y, en las tribus prehistóricas, los primates reforzaban sus lazos acicalándose mutuamente —el clásico tú me quitas los parásitos a mí y yo luego te los quito a ti—. Así se cuidaban, pero también creaban vínculos.

Cuando apareció el lenguaje, esa costumbre se transformó en algo más eficiente: hablamos de otros mientras nos quitamos las pulgas. Se puede decir que el chisme fue el pegamento de las primeras comunidades humanas. Les daba información para saber en quién confiar, quién robaba comida, quién rompía las reglas, quién ayudaba… Era una forma rápida de saber qué conductas eran aceptables y cuáles no.

Aunque hoy ya no vivimos en una tribu de veinte personas, nuestro cerebro sigue usando el mismo mecanismo ancestral. Las personas cotillas están usando una herramienta de aprendizaje social que lleva miles de años grabada en la biología humana. Además, más allá de su origen evolutivo, el chisme nos ayuda a reducir la incertidumbre. Y nuestro cerebro odia los vacíos de información.

Cuando, por ejemplo, pensamos algo de una persona y de repente nos llega un rumor que contradice lo que nosotros pensamos, sentimos una especie de malestar —se llama disonancia cognitiva—. Si eres fan de un cantante y oyes un rumor que contradice tu imagen ideal de él, tu mente se pone en marcha para buscar más información y negar o equilibrar lo que te acaban de decir, con más información.

Hasta ahora, se sabía que cotillear nos unía y nos ayudaba a aprender. Pero un estudio reciente publicado en la revsta Nature fue más allá: analizó cómo elegimos a quién contarle un chisme. Los investigadores descubrieron que la mayoría de las personas selecciona instintivamente a quién contarle algo basándose en dos factores clave: qué tan popular es la persona que escucha, y qué tan alejada está del protagonista del chisme —para reducir el riesgo de que la información llegue directamente a él o ella—.

Es decir, que si le cuentas algo a alguien muy conectado con el implicado, te arriesgas. Pero si se lo cuentas a la persona adecuada, se entera medio mundo sin que el afectado lo sepa. Los autores lo llaman "conocimiento de las cascadas de información", y lo hacemos sin darnos cuenta.

El cotilleo suele tener mala fama, pero no siempre es negativo. Cuando se usa con fines de conexión, curiosidad o aprendizaje social, puede fortalecer vínculos y ayudarnos a comprender mejor a los demás. Sin embargo, cuando se utiliza para humillar o manipular, activa el circuito contrario: el del juicio moral y la exclusión.

 

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