Juan Pedro Navarro: “En la Edad Moderna se pensaba que la homosexualidad, que era una lacra, era contagiosa”

Madrid

Si acudimos al diccionario de la RAE, encontramos que nefando es algo que causa repugnancia u horror hablar de ello. Son sinónimos: abominable, odioso, aborrecible, infame, ignominioso o despreciable. Seguimos con el diccionario y buscamos sodomía, que tiene una definición muy breve: práctica del coito anal. Ya hemos hablado en alguna ocasión en “Lo Normal” del “pecado nefando”, que conjuga las dos definiciones que acabamos de exponer.

Sin embargo, habría que hacer algunas acotaciones. Según cuenta en “Nefando Imperio” Juan Pedro Navarro Martínez, desde la Edad Media, el término nefando se asoció indisolublemente a las prácticas sexuales contra natura y muy concretamente al acto de la sodomía. Y también cuenta que tampoco la sodomía se ceñía al significado que hemos relatado. Juan Pedro Navarro es, entre otras cosas, doctor en Historia Social por la Universidad de Murcia, especialista en la represión del crimen de sodomía en el Antiguo Régimen y editor junto a Fernanda Molina de “Nefando Imperio”, publicada por Editorial Comares.

Tan nefando, tan cerca

El pecado nefando o lo que ese pecado representa hace décadas que dejó de estar perseguido por nuestra legislación. Sin embargo, la sociedad, o una parte de ella al menos, sigue castigando la disidencia sexual incluso con saña en buena parte de los casos. Tenemos varios casos relativamente cercanos en el tiempo. En 1995 estalló en Sevilla el caso Arny, que comenzó por la denuncia de un menor sobre prostitución de menores en varios locales de la capital andaluza.

En marzo de 1996 la Audiencia Provincial de Sevilla dictó sentencia. Fueron absueltos 32 de los 47 imputados. Solo fueron condenados los dueños de los clubes y algunos clientes que habían reconocido las relaciones. Todos los famosos que habían sido implicados fueron absueltos.

Cuatro años más tarde encontramos una historia que nos debe hacer reflexionar aún más. Es una historia que comenzó hace más de un cuarto de siglo pero cuyas consecuencias siguen haciendo mucho daño a las víctimas.

El 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkof, una joven de Mijas, que supuestamente había acudido a la Feria de Fuengirola, no vuelve a casa. Pasan los días y la joven, que aún no había cumplido los 20 años, no aparece. Finalmente, el 2 de noviembre, aparece su cadáver en un paraje entre Marbella y San Pedro de Alcántara. Desde ese momento todo son elucubraciones: primero se señala al novio de la chica, pero, enseguida todos los ojos se posan en Dolores, la expareja de su madre.

El entorno, los medios y la opinión pública lo tienen claro: Dolores Vázquez ha actuado contra Rocío por venganza hacia su madre, que la ha abandonado. Las fuerzas de seguridad y la justicia también señalan a Dolores. Es detenida casi un año después del asesinato, en septiembre de 2000, y trasladada a la prisión de Alhaurín de la Torre.

El juicio se produjo en septiembre de 2001. Dolores siempre defendió su inocencia. De nada valió su alegato. El jurado hacía público su veredicto de culpabilidad dos días más tarde.

Siete años después del asesinato de Rocío, la justicia desvinculaba completamente a Dolores de ese crimen. Nadie le ha pedido perdón. No ha recibido ningún tipo de indemnización. Socialmente, Dolores había sido juzgada y condenada por ser cómo era.