Ponerse en la piel del otro y olvidar la propia
Raquel Mascaraque analiza por qué la imitación puede llevarnos a vivir a través de otros y cómo las redes sociales potencian ese fenómeno

Ponerse en la piel del otro y olvidar la propia
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La semana pasada hablamos sobre la canción Las de la intuición de Shakira, y a Raquel Mascaraque le vino a la mente su doble venezolana: Shakibecca. Eso le hizo pensar en los imitadores. Como es el caso de Fabio Jackson, que parece una copia de Michael Jackson —quien ha consumido su personalidad—, o el reciente suceso con el falso Justin Bieber, que se coló en una fiesta y se hizo pasar por él —dejando una deuda de diez mil dólares en la barra—.
En las redes sociales, hay un caso en particular que llama mucho la atención. Brooke Monk es una influencer estadounidense con más de 40 millones de seguidores en Tik Tok. Cada vez que publica un video, casi al instante, la tiktoker Natalie Reynolds sube uno exactamente igual. Si Brooke hace un baile con su novio, Natalie también lo hace. Si Brooke publica un post hablando de la amistad, pues Natalie también. Es tan llamativo, que hasta sus seguidores lo comentan.
Todo esto tiene una explicación científica. El cerebro humano está programado para imitar. En 1999, Chartrand y Bargh lo llamaron "efecto camaleón" al darse cuenta de que todos podemos llegar a imitar los comportamientos y expresiones de las personas con las que más tiempo compartimos. Ese es el sentido evolutivo, comprender a la otra persona y hacerle sentir cómodo. Es como una forma de decir, "hablamos el mismo idioma".
Sin embargo, los ejemplos previos no son una simple imitación, sino que parecen más una absorción de personalidad. En psicología se utiliza el término "identidad vicaria" cuando una persona construye parte de su identidad a través de otra —suplanta o adopta la identidad de otro—. Es decir, siente que vive a través de su ídolo.
Neurocientíficamente, esto se ha relacionado con la fusión de identidad. Es una especie de integración entre áreas cerebrales relacionadas con el yo y con las conexiones sociales, como la corteza prefrontal medial —relacionada con la autorreflexión y la toma de decisiones— y la corteza cingulada anterior —implicada en la detección de conflictos y la resolución de tensiones entre el yo y el grupo—. Lo sentimos tan real, que incluso una amenaza hacia la persona a la que copiamos la podemos considerar propia.
Si al imitar, encima, nos cae una lluvia de likes, el cerebro lo interpreta como una recompensa. Y lo repetimos. Es una especie de síndrome del impostor, pero al revés. No es que sintamos que no estamos a la altura, es que nos sentimos más cuando nos confunden o asocian a la otra persona. Y lo peor es que puede generar dependencia de validación externa: necesitamos gustar como la otra persona, no como nosotros mismos.
Y, ojo, no hace falta copiar a un famoso. A veces imitamos maneras de hablar, de pensar o incluso opiniones… para encajar en un grupo y sentirnos aceptados.




