Limpiar los residuos
Nuestra democracia es plena, pero no es completa, en el sentido de que quedan rincones turbios, enquistados de un pasado sin libertad

Madrid
Esta semana se cumplen 50 años desde que murió el general Franco. La desaparición del dictador no merece conmemoración. No fue un éxito, sino un alivio. Le sucedió el rey Juan Carlos. Todavía no fue ningún éxtasis de la democracia, sino la expectativa de una lucecita tras las tinieblas. Pero ambas cosas juntas si constituyen una gran ocasión. La ocasión de cumplir un deber pendiente: limpiar a fondo los tóxicos residuos del franquismo que aún permanecen entre nosotros.
Nuestra democracia es plena, así lo reconoce el mundo entero. Pero no es completa, en el sentido de que quedan rincones turbios, enquistados de un pasado sin libertad.
Hay residuos en el nomenclátor: nombres de pueblos, calles y plazas manchados aún por apellidos caudillistas. Hay focos de vieja tiranía en fundaciones dedicadas a promover el retorno a la autocracia. Hay aún núcleos ultrafranquistas emboscados en aparatos públicos y eclesiásticos, en la judicatura y en otros altos cuerpos del Estado. Seguramente hemos hecho menos limpieza que Alemania tras la noche nazi.
Pero sobre todo, lo peor es que hay un olvido, que ayuda a convalidar lo peor de la dictadura: a nuestros jóvenes apenas nadie les explica lo que ocurrió, su ataque a las libertades civiles, sus persecuciones, sus barbaridades. Y sobre esta página en blanco de la historia, aprovechando las dificultades de esta época, algunos escriben mensajes de odio, de retorno al pasado negro. Tenemos un deber: recordar, sin amargura ni acritudes personales… pero recordar. Para no repetir.

Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas y colaborador habitual de la Cadena SER, donde publica...




