Raquel Mascaraque ante el avance de la inteligencia artificial: ¿puede ChatGPT leer nuestra mente?
La periodista especializada en psicología emocional analiza un estudio japonés que abre nuevas posibilidades para traducir la actividad cerebral

Raquel Mascaraque ante el avance de la inteligencia artificial: ¿puede ChatGPT leer nuestra mente?
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Aunque —todavía— la inteligencia artificial no sea capaz de leernos la mente, ya puede describir lo que vemos o recordamos. En Japón, un equipo de científicos ha logrado convertir en texto lo que una persona ve o recuerda únicamente a partir de su actividad cerebral. Utilizando resonancia magnética funcional, registraron cómo se activaban distintas zonas del cerebro mientras los voluntarios observaban miles de vídeos breves. Después, una inteligencia artificial aprendió a relacionar esos patrones con el contenido de las escenas hasta generar descripciones que, aunque no siempre precisas palabra por palabra, captaban la esencia de lo visto.
La experimento fue más allá: los participantes evocaron los vídeos sin volver a verlos y, aun así, el sistema generó frases coherentes. Esto demuestra que la tecnología no solo puede interpretar percepciones directas, sino también imágenes mentales. Los investigadores lo han bautizado como mind captioning —algo así como poner subtítulos a la mente—, y es un primer paso hacia las futuras interfaces cerebro-texto.
Sin embargo, los límites siguen siendo enormes. El sistema requiere horas de escaneo personalizado para cada individuo y no sirve de una persona a otra. Además, no puede leer pensamientos literales: identifica emociones o escenas generales, pero no ideas concretas. Su precisión es modesta, con tasas de acierto en torno al 40 y 50 %, y funciona únicamente en condiciones de laboratorio.
Este avance se suma a otras tecnologías cerebrales, como los implantes usados en pacientes con ELA para facilitar la comunicación, aunque en este caso son procedimientos mucho más invasivos y costosos. Aun con todas sus restricciones, el mind captioning reabre un debate inquietante: si la imaginación ya puede ser subtitulada... ¿hasta dónde llegará la frontera de nuestra privacidad mental?




