El dolor de una adolescente obligada a tomar 20 pastillas diarias
Una mañana con Carlota que con 16 años sufre dolor crónico por una enfermedad sin diagnóstico.

Pastillero semanal de Carlota, adolescente con dolor crónico / Jorge Martínez

Boiro
El suplicio de lavarse los dientes, el espanto ante una carcajada o un bostezo, o el simple roce de un beso. Todos estos gestos, habituales para cualquiera, a Carlota le suponen un dolor tan intenso como si le clavaran repetidamente en la cara una aguja muy gorda. Sus opciones se reducen a un cóctel de 20 pastillas diarias entre las que se encuentran opiáceos tan fuertes como la morfina y el fentanilo, o hacer un pacto con ella, con la neuralgia, a la que pone nombre porque entró en su cuerpo como un alien y a la que tiene que mantener calmada.
A "ella" le gusta aliarse con la ansiedad para, juntas, impedir que Carlota vaya a navegar, o a clase de física y química, o simplemente a pasear con su madre o a leer un libro de Agatha Christie en la orilla de la ría de Arousa a su paso por Boiro.

Momento del documental sobre dolor crónico infantil y juvenil dirigido por Jorge Martínez / Jorge Martínez

Momento del documental sobre dolor crónico infantil y juvenil dirigido por Jorge Martínez / Jorge Martínez
La conocemos a través del equipo de Jorge Martínez, que realiza un documental sobre el dolor crónico infantil y juvenil para la Universidad Virgili i Rovira, una patología que afecta a un 30% de la población en esas edades. Nosotros grabamos a Carlota, ellos nos graban a nosotros.
Su historia es la de un perro verde "pero que muy verde", bromea. Con 14 años se le inflamó la glándula salival. Por entonces el dolor era soportable. Pero un día algo cambió, le corría por el ojo, por la mandíbula, de una manera que nunca antes había sentido. Se hacía bolita y gritaba de dolor. Ha pasado por múltiples especialistas, por tratamientos que solo ella, que los ha sufrido, es capaz de repetir y nombrar, incluso visitaron una meiga.
En la Unidad del Dolor del Hospital de Santiago tiraron la toalla, no sabían que más hacer. Les derivaron a La Paz y allí están a la espera de ponerle un electro estimulador, A ver si esta vez funciona. Mientras tanto intenta aguantar una hora de clase. A sus 16 años, su gran ilusión sería poder ir al instituto. Hace ganchillo y escucha sus programas de radio favoritos (Spoiler: no somos nosotros). "Necesito tener el cerebro concentrado en dos cosas a la vez, una manual y un sonido de fondo".
Su vida y la de su familia ha cambiado drásticamente. "Yo era una estudiante que hacía piragüismo, bailaba y tocaba la pandereta en un grupo tradicional", confiesa, y ahora hay días que solo puede estar a oscuras y sin moverse para que no duela.
Su madre, Diana, dejó el trabajo para atenderla y se han quedado solo con el sueldo del padre para hacer frente a todos los gastos que suponen viajar a Madrid a recibir tratamiento y pagar a la psicóloga. Sí, la tratan en la pública, pero le recomendaron la asistencia psicológica privada porque no le daban cita hasta seis meses más tarde. "¿Qué harán los que no pueden permitírselo?", se pregunta desde esa madurez y tranquilidad impropia de una edad que está dedicando a salvar el bache más terrible de su vida.

Paqui Ramos
Casi siempre en la radio. Siempre en la SER. Trabajando con Javier del Pino y yendo a sitios con Juanjo...




