Hugo, ingeniero, 26 años: "Gano 2.400 euros al mes y me da vergüenza ganar tanto cuando veo a mi madre de cuidadora"
Marc, ingeniero en París, pasó de una infancia discreta en Dordoña a ganar 2.420 euros netos

Una persona dependiente es ayudado por una cuidadora. / KoldoyChris

Marc Duval, un joven ingeniero en París, gana casi 2.420 euros netos al mes trabajando en una oficina de diseño. Es una cifra significativa para él, teniendo en cuenta sus orígenes: creció en una familia obrera en Dordoña, con un padre carpintero e instalador de cocinas, y una madre auxiliar sanitaria. Nadie en su entorno había llegado tan lejos académicamente como él.
Su carrera comenzó gracias al impulso de algunos profesores de su instituto en Périgueux, que le animaron a intentar una clase preparatoria en Burdeos. Allí vivió con austeridad, costeando sus estudios con becas y la ayuda modesta de sus padres. Más tarde ingresó en la prestigiosa escuela Centrale Lille. En ese entorno universitario notó por primera vez la brecha económica con sus compañeros. “Me daba vergüenza rechazar planes por no poder permitírmelos”, cuenta.
Ya como profesional, su primer sueldo —2.100 €— le impactó. “Era más que lo que ganaba mi madre al final de su carrera, pese a su trabajo agotador”. Su madre, con un empleo físico y mal pagado, fregaba platos los viernes por la noche para ganar 40 €. “Mis padres se alegran por mí, pero me da un poco de vergüenza ganar tanto, al ver a mi madre, cuidadora, con un trabajo tan difícil”.
A pesar de trabajar en ingeniería, Marc no ha elegido el camino más rentable: se dedica a la descarbonización corporativa, un sector comprometido con la sostenibilidad pero menos lucrativo. “El cambio climático me marcó en 2019-2020. Quería poner mi formación al servicio de algo útil”.
Con su pareja, que gana lo mismo que él, comparten piso en París por 650 € cada uno. Ahorra unos 1.000 € al mes, no para consumir más, sino para protegerse. “No quiero hipotecarme, me inquieta. Prefiero construir estabilidad con mis ahorros”.
Aunque podría haberse formado también en negocios, rechazó esa opción por los costes. “No quise endeudarme 30.000 euros por un diploma más”. Su estilo de vida se mantiene austero: cocina vegetariana, pocas salidas, vacaciones en canoa por la Dordoña. “Mis padres eran ecológicos sin llamarlo así: tenían huerto, recogían agua de lluvia, consumían poco”.
Ahora, con un contrato indefinido, ha decidido pasar a una jornada más reducida. Ganará menos, pero tendrá tiempo para un proyecto personal: escribir una novela sobre la vida de su madre como cuidadora. “Quiero contar su historia. Lo que ella ha hecho vale más que cualquier sueldo”.




