Dos perretes se abrazan y se hacen compañía en un refugio hasta que un día su mayor sueño se hace realidad
La dueña no tenía en mente adoptar ningún animal

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A veces, las historias de amor más profundas comienzan sin buscarlas. Fue en septiembre cuando Rocía, aún con el corazón en duelo por la pérdida de su perro Whiskey, se topó en Instagram con la imagen que lo cambiaría todo. No buscaba adoptar. Ni siquiera lo consideraba. Pero entonces apareció Quesito: una mirada dulce, una sonrisa luminosa, y algo que le hizo clic. “En cuanto vi su rostro, sentí algo dentro de mí. Un instinto. Me enamoré al instante”, recuerda.
Aun así, el miedo pesaba más que el impulso. Cerró la aplicación, convencida de que su etapa como adoptante había terminado. Pero la imagen de Quesito volvía, una y otra vez. Finalmente, se rindió a esa corazonada y rellenó el formulario. “Pensé: ‘Lo haré, pero hay tantos comentarios… seguro que no me eligen’”.
Pero sí la eligieron. Horas después, recibió una llamada de Yarha, directora de la asociación Canhijos TJ. Rocía había sido preseleccionada. Y la historia de Quesito aún guardaba una sorpresa.
“Yarha me dijo: ‘Sé que es mucho pedir, pero Quesito es muy cercano a su hermano, Limón. Lo ideal sería adoptarlos juntos”.
Para alguien que apenas se había atrevido a abrir su corazón a un solo perro, adoptar dos parecía una locura. Pero entonces vio una foto de Limón. “Fue la misma emoción. Me enamoré de él también. Dije: ‘Si me aprueban, los quiero a los dos. Juntos’”.
Y así fue. Días después, Quesito y Limón entraban por la puerta de su nuevo hogar. Fueron recibidos con cariño por Cual, el perro mayor, y Horchata, la gata de la familia. En cuestión de días, la casa estaba completa.
Aunque diferentes —uno más largo de patas, otro más redondeado—, los hermanos son inseparables. Juegan, duermen y, sobre todo, se abrazan. “Limón tiene las patas más largas y decimos que se las dieron para abrazar a Quesito”, ríe Rocía. Su madre, terapeuta, ha convertido ese gesto en algo más: los perros ahora ofrecen apoyo emocional a sus pacientes, simplemente con su presencia y afecto.
“Pensé que nunca volvería a amar a otro perro”, confiesa Rocía. “Pero Quesito y Limón llegaron cuando menos lo esperaba… y me devolvieron la fe. Me enseñaron que el amor siempre encuentra la forma”.




