El animal que para los romanos era todo un manjar y que pocos pensarían en probar
Ahora parecería casi impensable, pero antes se comía con asiduidad

Lirón / SzymonBartosz

La ostentación en tiempos de la antigua Roma era una constante en las altas esferas y esta se manifestaba de diferentes maneras. Podían demostrar su estatus con ropas distintivas, decoraciones exclusivas de las estancias de sus casas o con edificaciones suntuosas, pero también a la hora de comer, donde se hacían con productos que resultaban difíciles de conseguir para demostrar lo cuantiosas que eran las posibilidades que tenían en sus manos. Ahí entra un alimento que adoptaron los más pudientes.
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Se trata de un pequeño animal que cazaban y se consideraba un auténtico manjar, como explican en National Geographic, el cual tenía un sabor que fue tan preciado que llegaron incluso a criarse solamente para su consumo. Este es un roedor reservado para las mesas de los más adinerados de la época, y no es otro que el lirón. Según cuentan en este medio, la dieta romana se caracterizaba por la capacidad de transformar cualquier producto en un símbolo de estatus social, por lo cual se pirraban por aquello que era raro y difícil de conseguir, convirtiéndolo en más valioso que lo común y abundante sin importar mucho más.
Explican que el detalle de este plato desvela mucho sobre los gustos culinarios y las costumbres sociales de los romanos, pues la ostentación era tan importante como el sabor en los grandes banquetes. Este animal se servía relleno de carne picada, nueces o miel, convirtiéndolo en un lujo propio de las familias mejor colocadas social y económicamente, siendo utilizado para impresionar a los asistentes y agasajar a las personas influyentes que acudían a esas veladas.

Criaderos específicos
Los romanos cazaban y criaban dos especies, el lirón enano (Muscardinus avellanarius) y el lirón gris (Glis glis), siendo este último más codiciado porque tiene un mayor tamaño y, por ende, dispone de más carne. Así, construyeron las glirarias, unos pequeños recipientes de terracota o piedra diseñados para mantener vivos a los lirones y engordarlos antes de sacrificarlos. Eran como urnas o ánforas con paredes lisas que impedían que se escaparan, colocándose en su interior ramas, hojas y alimentos como bellotas, avellanas y castañas para nutrirlos hasta que estuvieran listos para comer.
Esa pasión por los lirones les llevó a crear granjas donde se criaban en masa y eran sometidos a periodos de oscuridad y alimentación abundante para estimular su sensación de hibernación y que el animal activara inconscientemente su instinto de acumular grasa. Sin embargo, esta producción era bastante cara y por ello el producto final era prohibitivo para los que tenían menos recursos, de ahí que surgieran alternativas a estos bocados, centrándose en algunos animales de su misma familia roedora.
La versión "económica" del lirón de criadero eran las ardillas y las marmotas, por lo que se colocaban trampas para ellas y así que sirvieran como sustitutos para impresionar a los invitados en actos sociales. Explican en National Geographic que el sabor no era el mismo, además de que las marmotas tienen más grasa y las ardillas menos carne, pero como eran pocos los que estaban familiarizados con la ingesta de esas especies, apenas podían notar la diferencia. La práctica de comer lirones se disipó con la caída del Imperio Romano, y en la actualidad estos están protegidos en gran parte de Europa, convirtiéndose en un símbolo de biodiversidad.




