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Diversas entidades constatan el impacto de los ultraprocesados en la salud pública

La catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública Maira Bes-Rastrollo advierte de los riesgos de su consumo y reclama medidas urgentes para reducir su presencia en la dieta

Maira Bes-Rastrollo, catedrática de Salud Pública en la Universidad de Navarra

Maira Bes-Rastrollo, catedrática de Salud Pública en la Universidad de Navarra

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Pamplona

Los alimentos ultraprocesados se han convertido en una amenaza sistémica para la salud pública, según advierten organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud y UNICEF. La evidencia científica es clara: su consumo está asociado a un incremento significativo del riesgo de enfermedades crónicas. Así lo confirma la catedrática Maira Bes-Rastrollo, profesora de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Navarra, coautora de un estudio publicado recientemente en la revista The Lancet.

Estamos ante un cambio de paradigma alimentario, apunta este estudio en el que ha participado Bes-Rastrollo. Un contenido científico que demuestra que el aumento del consumo de ultraprocesados desplaza patrones tradicionales como la dieta mediterránea, considerada protectora frente a patologías graves. “Ese incremento de riesgo con determinadas enfermedades crónicas, como obesidad, enfermedad cardiovascular, diabetes, depresión e incluso mortalidad por todas las causas, es considerable”, explica la investigadora.

Pero ¿qué define a un ultraprocesado? La experta aclara que no se trata de conservas vegetales o alimentos básicos envasados, sino de productos elaborados a partir de sustancias derivadas de otros alimentos, con escaso o nulo contenido fresco y una alta presencia de aditivos industriales. “Si en la etiqueta encontramos estabilizantes, saborizantes, potenciadores del sabor, aromatizantes o colorantes, estamos ante un ultraprocesado”, indica. Como referencia, si el listado de ingredientes supera los tres o cuatro componentes, es muy probable que se trate de uno de ellos. Ejemplos habituales son snacks dulces y salados, refrescos azucarados y light, comidas preparadas y derivados lácteos con saborizantes.

El auge de estos productos responde a múltiples factores: comodidad, rapidez, precio asequible y una intensa estrategia de marketing que incita especialmente a los más jóvenes. “Seguir una dieta mediterránea saludable es más caro que una dieta rica en ultraprocesados”, advierte Bes-Rastrollo, lo que añade un componente económico al problema.

Ante esta situación, la especialista reclama medidas urgentes de salud pública para frenar su consumo y promover alimentos frescos y mínimamente procesados. “La evidencia científica actual justifica ya que se tomen decisiones para evitar ese consumo elevado y se promocionen opciones saludables”, subraya. Sin embargo, reconoce que existen conflictos de interés y una fuerte influencia de las grandes corporaciones que controlan el mercado global de ultraprocesados, lo que dificulta la regulación. “Hay que ser conscientes del problema y actuar”, concluye.

El mensaje es claro: la comodidad y el bajo coste de los ultraprocesados tienen un precio elevado para la salud. Reducir su presencia en la dieta y recuperar patrones alimentarios tradicionales no es solo una recomendación, sino una necesidad para prevenir enfermedades y mejorar la calidad de vida.

 

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