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Carta de José Martí Gómez

El padre Manel y el cardenal

Las confesiones del padre Manel han provocado las iras del cardenal Martínez Sistach. Se habla de que el padre Manel puede ser excomulgado.

El padre Manel es un sacerdote de a pie, comprometido en la ayuda a presos y a vecinos que viven con dificultades en barrios periféricos de la Barcelona de ferias y congresos. Ha escrito un libro en el que explica que pagó el aborto de una adolescente y que había oficiado el funeral de una niña de catorce años que murió al abortar.

Las confesiones del padre Manel han provocado las iras del cardenal Martínez Sistach. Se habla de que el padre Manel puede ser excomulgado. Lo que le duele al cardenal no es que el padre Manel haya hecho eso. Muchos sacerdotes, al encontrarse en situaciones similares, han hecho lo mismo que el padre Manel. Se lo que digo.

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Lo que ha indignado al cardenal es que el padre Manel lo explique. Llegados a este punto podemos opinar si el padre Manuel no ha debido explicarlo, como hicieron otros colegas de sacerdocio, o ha hecho bien en exponer ante la opinión pública el problema ante el que se han encontrado y aun pueden encontrarse muchas adolescentes. También podríamos opinar si el cardenal ha hecho bien en actuar con dureza o si hubiese sido más positivo mirar hacia otro lado.

En tiempos de Pablo VI, cuando la jerarquía eclesiástica española se preocupaba más de la pastoral que del dogma, habrían mirado hacia otro lado. Además de más abierta aquella jerarquía era más inteligente. Al sacerdote Hernández el cardenal Jubany le permitió ser alcalde de Santa Coloma sin dejar de ser militante de los comunistas catalanes. Al sacerdote Camps, autor de una homilía tremenda denunciando la ejecución de Puig Antich, el buen cardenal le permitió seguir llevado la parroquia tras haberse enamorado de una mujer.

Eso es incapaz de comprenderlo el cardenal Martínez Sistach. Es un hombre difícil, conservador y vanidoso. Buen jurista, seguro que no ha visto nunca un juicio por aborto clandestino. Yo sí he visto. He visto testificar a madres que vieron morir desangradas a sus hijas. He visto sobre la mesa del secretario del tribunal los utensilios abortivos, propios de una ferretería pero no de la sanidad. He escuchado testimonios de novios achulados que tras dejar embarazadas a sus chicas las llevaron a abortar y luego las abandonaron. He visto llorar.

El aborto es un tema delicado. Compete a cada mujer, más que a la pareja, en cada circunstancia. No juzguéis y no seréis juzgados es una frase evangélica. En la película "De Dioses y hombres" el superior de una pequeña orden religiosa que vive amenazada en el Atlas argelino opina que quizás sería oportuno aceptar la petición de entrevista que les he hecho llegar una periodista. Lo que escriba puede dar esperanza, dice. A los periodistas no les interesa la esperanza, replica un monje. Tal vez sea cierto. La esperanza es un bien que interesa poco. El padre Manel sabe de amor hacia el prójimo. Porque trajina entre el desaliento y la tristeza, sabe de esperanza. El cardenal no. El cardenal sigue viviendo en los fastos de la Sagrada Familia, con unas monjas fregando el altar.

La carta de José Martí Gómez: El padre Manel y el cardenal

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