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A vivir que son dos díasA vivir que son dos díasSociedad
CARTA DE JOSÉ MARTÍ GÓMEZ

El laberinto vasco

"Que país más hermoso para vivir si no se matase", le dijo a Martí Gómez una mujer, mientras miraba la playa de La Concha. Fue en uno de sus muchos viajes por el País Vasco.

¿Qué otras te dijeron?

Me dijo la profesora Miren Ayestarán que en su instituto nunca se trabajó el tema de la paz o la convivencia. Me dijo Txema Montero que en la ETA de hoy milita gente joven dispuesta a quitar una vida o incluso a perder la propia sin haber tenido tiempo de saber lo que es la vida. Me dijo Ángel Altuna que veintiséis años después de que los polis-milis asesinasen a su padre ningún reinsertado le había pedido perdón. Me dijo el sociólogo Ander Gurruchaga que, tras tantos años de terrorismo, gestionar la paz resultará más fácil que restablecer las relaciones personales. Mientras recorríamos Vizcaya acompañados por dos escoltas, me dijo Theo Uriarte, un histórico de ETA condenado a muerte en el proceso de Burgos, que en cada pueblo hay el recuerdo de un atentado. Me dijo Odon Elorza que las víctimas del terrorismo no pueden controlar el proceso político hacia la paz pero sí se les ha de dar algún tipo de reconocimiento porque de no ser así el proceso quedará inconcluso.

Todo eso te lo dijeron hace once años, en el verano del 2006, poco antes del frustrado adiós a las armas de ETA.

¿Y antes?

Mis recuerdos del País Vasco en la frontera de los últimos años del franquismo y primeros de la democracia son memoria de años de violencia vividos por un sector mayoritario de la población entre aburrimiento e indiferencia hacia las víctimas. Cuando ETA asesinó al capitán de farmacia Alberto Martín de lo que hablaba la gente en los bares del casco viejo de Bilbao era del Athletic-Liverpool para la Copa de Europa. Días de entierros crispados, de muy poca gente en los minutos de silencio tras cada asesinato, de condenas por parte de los partidos políticos, condenas que por rituales perdieron toda efectividad. Años en los que hubo gente que ganó dinero con el terrorismo y, según me dijo, el periodista Mariano Ferrer, un atentado solo suscitaba la curiosidad de los que abrían la ventana al escuchar la detonación. Tiempo de odios cainitas en un país de inercias, donde cambiar está mal visto y, aunque la Iglesia ha perdido influencia en aspectos de la vida privada, sigue teniendo ascendencia en la vida pública porque supo dar mensajes de aliento en momentos difíciles, ser un referente aunque sus mensajes, en especial los de Setién, pudiesen parecer ambiguos. No fue sino poco a poco que la sociedad se fue sensibilizando contra la extorsión económica, contra el crimen, contra el silencio hacia el dolor de las víctimas. Algunos militantes de ETA empezaron a interrogarse sobre el monstruo que había creado.

Pero otros muchos seguían en la organización...

Un día de 1986 Kepa Aulestia me presentó a un reinsertado que me explicó que mientras estás en ETA esta actúa como madre, padre y psicólogo del militante y si un día te vas, te encuentras solo. Quizá esa haya sido la fuerza de ETA. Tejer una red de rituales, el primer contacto clandestino, la primera pistola, la primera victima, el sentido de tribu solidaria y cerrada. El miedo a la soledad.

¿Por qué El laberinto vasco como título de tu carta?

En la Universidad de Deusto hay una escultura a nivel del suelo que lleva ese nombre. Mientras me la enseñaba, el profesor de Economía Ángel Toña me dijo que ese el desafío para el día que llegase el fin de ETA: que el País Vasco supiese salir del laberinto del terrorismo con el menor trauma posible

 

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