La carta de José Martí Gómez: La reina tímida
Lilibeth, así la llamaba su familia, se enteró de que iba a ser la sexta soberana, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e rlanda del Norte y de sus otros Dominios y Territorios, Cabeza de la Commonwealth y Defensora de la Fe estando hospedada en el hotel Copa del Árbol, llamado así no por capricho poético africano sino por estar situado encima de un árbol, ubicación excelente para un safari.
Han pasado sesenta años. La joven Lilibeth es hoy una anciana que desde Buckingham Palace ha visto cambiar su mundo.
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Nadie habla de Tanganika o Rodhesia sino de Tanzania y Zimbabue. Las monedas con la esfinge de su padre dominando toda las colinas de África son piezas para numismáticos. Con la independencia de la India se perdió la última joya de la corona. El Reino Unido dejó de ser una gran potencia y debido a los escándalos de hijos y nueras la monarquía perdió parte de su magia. Ella, trató de adaptarse a los cambios pero no renunció a su bolso y a su sombrero. Quizá no todos la quieran pero casi todos la respetan.
¿Cómo se puede definir a esta reina?
Como una mujer con millones de súbditos y solo una veintena d amigos personales con los que explayarse confidencialmente como mujer. Dicen que es justa en sus juicios, que escucha las opiniones de los demás, es leal con los que quiere y no perdona las ofensas. Se le describe como una mujer optimista, muy femenina en el trato. Vista de cerca llaman la atención sus ojos azules, de un brillo especial que no captan las fotografías. Sigue con atención las encuestas que dicen que un 60% de los jóvenes británicos menores de 25 años expresan poco o ningún afecto hacia la familia real. Como mujer no parece haber sido muy feliz en su matrimonio. Se casó con un hombre que según un diario británico ha sido un accidente en la historia del país. Isabel aprendió a ser reina guiada de la mano de sus primeros ministros. Winston Churchill fue su gran profesor. Margaret Thatcher la primer ministro con la que peor se entendió. Siempre ha lamentado no haber recibido una mejor formación intelectual en su juventud. Era muy joven cuando descendió del hotel Copa del Árbol y asumió un destino que le vino dado por abdicación de su tío. Ni su madre ni ella le perdonaron que, al abdicar, Eduardo VII forzase la subida al trono de su hermano, tartamudo, que no estaba preparado para ser rey. Desde el día que accedió al trono al morir su padre Isabel ha sido una mujer que ha hecho del culto al pasado su única ideología. Del mundo en el que creció solo sobreviven alguna señoras Miniver que continúan creyendo que el Reino Unido es un gran imperio pero Isabel II sigue teniendo un compromiso profundo con los valores tradicionales en los que se educó y ese compromiso, unido al del servicio público, ha forjado y domina su personalidad. Sabe que no tiene poder político pero es consciente de que todavía tiene influencia social.
La reina ¿es fría, distante?
La educaron así. Fría, distante y, a su manera, cortés. Es el marco estricto en el que se mueve el que la encorseta. Aporto un dato. Fernández Ordóñez me contó, siendo ministro de Asuntos Exteriores, que en su viaje a España en 1988 Isabel II fue feliz con algo muy elemental: salió a cenar a un restaurante, se sacó los guantes y rió desacomplejada. Tres cosas que nunca había podido hacer en público. Siempre ha sido consciente de que en su papel de reina existe en su trato con los demás unas fronteras de formalidad que no se pueden traspasar. Es esa frontera que nunca traspasa la que pone nerviosa a la mayoría de gente que la trata.
¿Crees que hay monarquía británica para rato?
La habrá mientas ella sea reina. Después, depende de sus sucesores. En 1994 el semanario The Economist debatió ese tema bajo el título "La monarquía, una idea del pasado". ¿La conclusión? Que el único argumento contra la abolición de la monarquía es que no vale la pena molestarse en una cuestión como esa.




