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The Growlers y el fin del mundo

Un bofetón de calor me golpeó en la cara al abrir la puerta. Mi hogar tampoco era el refugio idóneo para el calor estival. Entré en el salón y vi a mi compañera bailando a cuarenta grados como si no hubiese mañana, verano, calor. "Mi nuevo descubrimiento", me gritó sonriendo entre la música. "Sonido California", aclaró. Así, como muchas otras cosas maravillosas, entraron The Growlers en mi casa, con un EP de diez canciones que te hacían bailar a pesar de que el apocalipsis hubiese escogido al sol para extinguir la vida sobre la tierra, quedarían moscas y cucarachas, hormigas y polillas, pero esa es otra historia. La última banda de California se había colado en mi salón y repetía a ritmo de batería que las tumbas del cementerio estaban llenas. Me sentí aliviado por un momento, nunca quise acabar bajo tierra rodeado de hambrientos gusanos ajenos al calor, al caos de la superficie de eso que llaman mundo civilizado. De pronto, por esa magnífica cualidad que tiene la música, todo carecía de importancia. Podía estar derritiéndose la ciudad que daba igual. Estaba vivo, estaba en casa y en la cadena sonaba la música hipnótica, seductora y pegajosa que tocaría una banda en un tugurio con olor a cerveza y a humo en el día del juicio final. ¿Qué se puede hacer cuando sucede algo así? Bailar, bailar como lo hacia ella. Deslizando los brazos de arriba a abajo, la cadera haciendo círculos, la cabeza agitándose y salpicando un sudor tibio y veraniego. Pensé que si el mundo se iba a acabar de forma inminente aquel sería un buen final, una divertida forma de morir sin que nada te preocupase salvo que la siguiente canción no te hiciese parar. No sucedió ninguna de las dos cosas. El mundo seguiría girando, yo seguiría otro día más con vida y la siguiente canción de ‘Hot Tropics’ mantendría el antídoto que me había inyectado ‘Graveyards full’, el tema que abría aquel curativo EP.

The Growlers, que este año rechazaron grabar con Dan Auerbach (The Black Keys), no serán una banda legendaria. No hay tantas de esas, por desgracia. Dentro de algún tiempo serán olvidados, como tantos, y los gusanos darán buena cuenta de sus huesos en ese cementerio sin plazas. Pero aquella tarde de agosto me rescataron del calor poniéndome a bailar, me resucitaron de un mal día y eso tampoco lo consiguen tantas bandas. Puede que estuviesen en el tocadiscos oportuno ante los oídos necesitados pero desde aquel día he grabado discos y he preparado listas de reproducción con títulos tan inútiles como 'Música para el apocalipsis' o 'Canciones para el fin del mundo,' quién sabe, hay que estar preparados.

 
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